viernes, 27 de diciembre de 2013

El extraño viaje

La vida secreta de Walter Mitty
Estreno en cines el 25 de diciembre de 2013. Trailer en español. La vida secreta de Walter Mitty



Soñar despiertos. Una experiencia que todos, en especial los aficionados a este arte tan maltratado que es el Cine, hemos tenido alguna vez y no sólo cuando éramos niños.  La sala de proyección es sólo un pretexto: soñamos en voz alta en la ducha, al volante, mientras pasamos la aspiradora o hacemos la compra. Soñamos para evadirnos, como le ocurría a aquel hombrecillo que cobraba vida en el cuento de James Thurber The Secret Life of Walter Mitty, publicado en The New Yorker el 18 de marzo de 1939, que fue un enorme éxito de ventas y teletransportó a miles de norteamericanos hacia un mundo de sueños que servían para escapar de la cruda realidad del día a día de aquellos años bélicos y convulsos. 



No tardó el Cine en hincarle el diente a la historia, y lo hizo apenas ocho años después en una versión de RKO protagonizada por Danny Kaye y Virginia Mayo, con Boris Karloff y Ann Rutherford en papeles secundarios, que rompió las taquillas y confirmó el tirón comercial de la aventura del pobre Walter Mitty, el editor de novelas de bolsillo que aprovechaba los cuarenta segundos del semáforo en rojo para convertirse en piloto, médico, caballero con armadura o lo que su mente volátil e inabarcable pudiera disponer. A aquel Walter de los 40 le pasaba lo mismo que al que ahora llega a las pantallas convertido en Ben Stiller: que pasa de la ensoñación  y el riesgo imaginados a vivir la aventura en sus carnes tras una toma de conciencia poco o mal explicada, y tras romper la barrera de lo real y lo fantástico de forma que, ya adelanto, me parece que el espectador no llega a descifrar.
El contexto en que se nos sitúa al personaje de esta fábula es la mítica revista Life, que acaba de ser adquirida por un gigante de la Red y va a dejar de editarse en soporte de papel.  Stiller y su guionista Steve Conrad no hacen un remake del Walter Mitty de Samuel Goldwyn y Norman Z. McLeod, sino que convierten el cuento en una oda a la prensa escrita que desaparece ante el nacimiento de una nueva era de publicaciones on-line. Es una película hija de su tiempo, emocionada ante el mundo al que rinde tributo, más que una nueva lectura del original literario o de la primera versión cinematográfica. Hasta cierto punto, tenía derecho a buscar otro enfoque el hijo de Goldwyn, Sam jr., que llevaba desde 1990 intentando levantar este proyecto contra viento y marea y que ha recuperado la historia que su padre trasladó al Cine sorteando los pleitos del autor que nunca habló bien de la versión cinematográfica de 1947. Nos atrevemos a aventurar que, si vera ésta, se volvería a la tumba con el susto en el cuerpo.




En su nacimiento, en enero de 1883 con una primera sede en el 1155 de Broadway,  Life fue una publicación satírica basada en un lema que jugaba con las palabras y las apariencias: “Mientras hay vida (Life), hay esperanza”. Ha pasado de ser un semanal, a publicación mensual y ser insertada en diarios como suplemento dominical, pero su cabecera y su historia periodística de primera magnitud convierten a Life en un referente de primer orden para todo el que quiera fabular, o hacer elegía, con el periodismo tradicional y romántico de los soportes en papel, al borde de un colapso que nadie quiere pero todos vemos inevitable.  En este homenaje que La vida secreta de Walter Mitty hace al papel como soporte inmortal del periodismo, el lema de la revista muta hacia una defensa de la aventura y lo aventurero, lo cual sin duda debió llamar la atención de directores como Ron Howard o Steven Spielberg que han rondado por este proyecto durante 20 años, y de Jim Carrey y Sacha Baron Cohen que han flirteado con el personaje en las diferentes fases de su proceso de gestación.  El Mitty de Stiller es un documentalista encargado del archivo de negativos y el de Kaye era editor de novelas de bolsillo, un terreno mucho más propicio a inventar historias y mucho menos mecánico que el que le confiere esta versión tan bien envuelta como vacía en su contenido. Mitty emprende un extraño viaje por Groenlandia, Islandia, Afganistán, que debería ser uno de sus sueños pero con el que se nos hace creer que todo ocurre en realidad después de haberse mostrado con alarde de efectos especiales los brotes de desenfrenada imaginación del protagonista. ¿Realismo o fantasía? Buscarle la lógica al relato resulta banal, pero el barniz naturalista que intenta imprimir Stiller a la tragedia del colectivo que ve morir su oficio no se compadece con esa falta de verosimilitud que tiene el relato narrado desde la fina frontera de lo verídico y lo irreal. Cheryl (Kristen Wiig) le cambia la vida al hacerle sentir el compromiso de vivir las aventuras que sueña para recuperar un negativo que presuntamente se ha extraviado, un McGuffin que permite entrar en la narración al verdadero personaje aventurero, al que sí sueña realmente lo que vive, al fotógrafo Sean O’Connell que no tiene hogar fijo, ni teléfono móvil, ni se sabe nunca en qué latitud del mundo se encontrará plasmando con su cámara la irrealidad del planeta. Junto a la aparición entrañable ...



... y magnífica de Shirley MacLaine como la madre dependiente de Mitty, la aportación de Penn es lo mejor de esta comedia vitalista tan confusa como confundida. (sumemos en ese capítulo de amplios cameos al Benjamin Button  de Scott Fitzgerald, en un gran momento de la película). 

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jueves, 12 de diciembre de 2013

Un londinense en el Deep South

Doce años de esclavitud
Estreno en cines el 13 de diciembre de 2013. Trailer Doce años de esclavitud



Pocos meses después del acercamiento tangencial (como todo lo que hace) de Tarantino a la época de la esclavitud en el Sur de estados Unidos (Django desencadenado, 2013), se estrena la película cuyos responsables quieren que sea definitiva, la última palabra en el tratamiento cinematográfico de aquellos años  de indignidad para la especie humana. Será por miedo escénico, será porque aún no existe la perspectiva suficiente para tratarlo, o por motivos puramente industriales, pero el Cine no ha volcado en sus primeros 118 años de vida su mirada de forma permanente hacia la utilización de seres humanos como mano de obra explotada y al servicio de señoritos burgueses racistas y depravados, en la mayoría de los casos.  Quien mejor denunció el maltrato y las vehaciones sufridas por los esclavos negros en el sur de Norteamérica ha sido un director clásico, Richard Fleischer, en la hasta hoy no superada Mandingo (1975).   

               


Y quien ahora lo hace es un joven londinense, británico, residente en Amsterdam y de ascendencia caribeña, con barniz autodeclarado de cineasta independiente en sus dos anteriores experiencias tras la cámara: Hunger (2008) y  Shame (2011), un sorprendente “exitazo” que en la calle pocos conocen en realidad.  12 años de esclavitud es su primera película norteamericana, y por mucho que lo intente no va a poder convencernos de que ha pretendido hacer una película para públicos minoritarios y, ¡zas!, de repente ha llegado un blockbuster. Steve McQueen (nació en 1969 mientras en la capital inglesa se estrenaba Bullit) no puede negar las pretensiones de su obra. Sí reconoce en cambio  que ha querido hacer El diario de Ana Frank en  estados Unidos, un relato en primera persona de una época ignominiosa que debe avergonzarnos a todos como lo hace la historia de la joven judía  encerrada en un sótano de Amsterdam durante la ocupación nazi. Sí denuncia la esclavitud, aunque pueda parecer que un londinense no debería ser el mejor conocedor de ese drama histórico que tantas muertes y humillaciones provocó. Y solo por eso es valiosa, aunque en seguida maticemos ese valor.



De momento, sus pretensiones de película definitiva se plasman en nominaciones a los Globos de Oro, siete. Los Oscar ® vendrán después y ya pueden hacer apuestas sobre la cantidad de tíos de Margaret Herrick se va a llegar esta producción melodramática. Está basada, con bastante realismo, en el libro autobiográfico de Solomon Northup,  vecino de Saratoga Springs (Nueva York), ciudadano libre de raza negra, padre de familia con mujer y dos hijos, carpintero y violinista, que fue secuestrado por traficantes de esclavos en 1841, separado de su familia a la fuerza y conducido al sur donde fue vendido a uno de los dueños de plantaciones de algodón en Luisiana.  Solo en 1853, doce años después,  logró recuperar la libertad y murió 4 años después en circunstancias no aclaradas. 



Otra novela, La cabaña del Tío Tom, la eclipsó y vendió muchos más ejemplares pese a que 12 Years a Slave se basa en hechor reales y no de ficción). Un actor que será grande, tanto como Morgan Freeman o Sidney Poitier, de nombre muy sinuoso  (Chiwetel Ejiofor) da una lección de mesura y agonía en su trabajo como el esclavo al que compran sucesivamente  William Ford (Benedict Cumberbach) y Edwin Epps (actor fetiche de McQueen, Michael Fassbender). En una película bastante coral, sobresalen las interpretaciones brillantes (aunque en un plano artístico siempre agradecido por todos los que lo han probado, el límite humano ante el sufrimiento), como la de Lupita Nyong’o, una esclava sexual Patsey a la que Epps domina, viola y destruye a golpes. Apariciones episódicas de Paul Giamatti y Brad Pitt (el carpintero civilizado Bass) dan brillo a ese reparto de enorme talento. 



Pitt es ademas productor,  y su personaje pone ante el espejo un mundo que se derrumba y desaparece, y es el contraste del terrateniente Ford que pone reparos a la separación de una madre de sus dos hijos al comprar a sus esclavos, pero cede a las exigencias del traficante vendedor sin rebelarse ante la inhumanidad de tal comercio.



La puesta en imágenes de McQueen lineal y clásica,  con saltos temporales fugaces en la primera mitad del relato, que lo hacen algo más abstracto pero dentro de un tono de realismo exacerbado. Se recrea en las torturas de los blancos dueños de plantaciones, y en las reacciones de los negros ante las injusticias de esos malos tratos en época de esclavitud. La capacidad de sufrimiento físico del cuerpo humano y el ansia de liberación del alma son puestas en un mismo plano. Solomon no trata de escapar, sólo de hacer llegar a la estafeta postal una carta que pudiera ser enviada a Nueva York para probar su condición de hombre libre, y fabrica una pluma de madera con la rama de un árbol y la tinta con el líquido oscuro que deja en su plato de barro la fruta de la zarzamora. El realizador británico construye un drama sólido y extraordinariamente bien narrado, con momentos de gran sobrecogimiento (el plano eterno del sufrimiento físico de Solomon  colgado del árbol con las puntas de los dedos de los pies tocando el suelo para no morir asfixiado por la soga alrededor de su cuello) y de  esperanza (en otro plano sostenido en el tiempo, Solomon intuye que su salvación está muy cerca y mentalmente recorre sus doce años como esclavo). Pero cae en lo lacrimógeno en una secuencia final de reencuentro que no está ni bien planificada ni bien narrada, lo que deja un mal sabor de boca pese al notable conjunto final.

                                                Copyright © Víctor Arribas


jueves, 28 de noviembre de 2013

El abogado, el consejero y el guepardo.

El consejero, de Ridley Scott (3/5)
Estreno en cines 29 de noviembre de 2013. Trailer El Consejero



A medida que pasan los años crece el prestigio del octogenario escritor norteamericano Cormack McCarthy, natural de una ciudad media como Providence en un estado del este como Rhode Island, pero vecino de una ciudad fronteriza como El Paso en un estado periférico como Texas. Su media docena larga de obras literarias, bañadas en éxito en los últimos diez años, han hecho un más afilado estudio de los orígenes de la violencia y la desesperación en América del que todos los tarantinos y rodríguez  puedan destilar en décadas de películas y guiones. En El Consejero, este Pulitzer deslumbrante del siglo XXI que es McCarthy escribe su primer guión original para el cine (escribió uno para televisión en los años 70, The Gardener’s Son), un libreto que mostró a los posibles compradores interesados poco después de la adaptación de su espeluznante novela La Carretera. Finalmente el proyecto cayó en manos de Ridley Scott, un director que aparentemente no parecería tener una relación estrecha con el universo mccarthiano pero que se ha empleado a fondo en intentar trasladarlo a la pantalla al menos al mismo nivel que ya lo consiguieron John Hillcoat o los Coen (No es país para viejos). En la película están el espíritu de la frontera que tanto conocen quienes viven en Ciudad Juárez o al otro lado del muro texano, está ese aire enfermo de los suburbios que ya vimos en el Traffic de Steven Soderbergh y la larvada violencia estilo El precio del poder, siempre a flor de piel, entre los componentes de los grupos de narcos que pagan sus deudas y se hacen camino cortando cabezas de motoristas con hilos de acero colocados de un lado a otro de una carretera desértica o degollando a sus víctimas con un dispositivo mecánico colocado alrededor del cuello que se va cerrando hasta segar la yugular y todas las arterias del cuello de un ser humano.




El abogado (Michael Fassbender, cada vez más asentado en el sistema)  comete un desliz: se mete en los negocios de droga de sus clientes para poder pagarse lujos caros (el anillo de diamantes para la mujer de la que está enamorado al límite, Laura- Penélope Cruz). El narco Reiner (Javier Bardem) extravagante y excéntrico, no se percata de que su amante Malkina (Cameron Diaz) le ha vampirizado hasta el punto de suplantarle en los negocios que tiene en marcha, y planificar el robo del cargamento a bordo de un camión que se traslada por las polvorientas carreteras del sur, además de diseñar estratégicamente la muerte de todos los que le separan de su objetivo. Westray (Brad Pitt) es el consejero del consejero, quien le avisará de que lo que ha hecho mal ya no tiene vuelta atrás, como hace también en un machadiano discurso telefónico un muy inspirado Jefe del gang (Ruben Blades) para firmar la sentencia en vida del consigliere frustrado.  Los personajes hablan, en largos diálogos y monólogos que inundan secuencias prolongadas en el tiempo con el único apoyo de un guión muy sólido y construido como una bomba de relojería que se dirige irremisiblemente hacia su explosión en la media hora final. Hasta John Leguizamo y Bruno Ganz bordan sus apariciones episódicas. 



Todo magnífico… menos Ridley Scott. El director de Alien y de esa joya aún no suficientemente reconocida que es Prometheus ha empleado una ingente cantidad de recursos en describir ambientes y se ha olvidado de las almas de quienes pueblan esos ambientes, de la justificación de sus actos trascendentales, con el paradigma de un Brad Pitt cuya verdadera motivación en el relato nunca está del todo explicada ni subliminalmente insinuada. Sí consigue en cambio una tensión contenida in crescendo en la primera parte de la película, que anticipa el mencionado estallido sangriento en la segunda mitad. Tampoco el afamado guionista y semi-auteur de esta película contemporánea cierra como merecerían algunas subtramas planteadas y que “se escapan vivas” como la homosexualidad de Malkina,  aunque en cambio sí se nos muestra un imposible coito de Cameron Díaz con un Ferrari amarillo despampanante, que habría quedado más insinuante si cabe de no haber sido mostrado con un subrayado innecesario (al principio de la narración se nos ha enseñado  a Malkina subida en el techo de otro coche siguiendo atentamente la cacería que ejecuta  la pareja de guepardos amaestrados que viven en la mansión de Reiner, como icono premonitorio de esa relación sexual de la mantis religiosa con un vehículo de un millón de dólares). La forma de matar de los guepardos, su forma de perseguir a la presa hasta hincar sus incisivos en la tráquea de la víctima, tienen mucho que ver con este personaje fascinante que ha inventado un prodigioso escritor cuyo  texto y  atmósfera para The Counselor están muy  por encima de la realización y la puesta en escena de Ridley Scott. 



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lunes, 25 de noviembre de 2013

Entrevista sobre Cine a Eduardo Torres Dulce




Esta entrevista se emitió en febrero de 2012 en el programa 13 eslabones. Fue la primera que concedió a una tv como Fiscal General del estado, y nos comentó sus gustos y sus pasiones. Muy recomendable volverlo a ver!!!


https://www.youtube.com/watch?v=yVZVUEYsypE&feature=c4-overview&list=UUA4FsV7wW6_tSCKog-RL2Gg




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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Sangrienta cena de Acción de Gracias

La huida, de Stefan Ruzowitzky (4/5)
Estreno en cines 15 noviembre 2013. Trailer en español




Esta violenta tragedia de personajes ambientada en las desnudas e invernales montañas canadienses llega con retraso a nuestras pantallas. Se rodó en 2012 y su edición videográfica ya discurre por algunos países, aunque tengamos ahora la magnífica oportunidad de verla en cines españoles. Por decirlo de una forma que el cinéfilo pata negra pueda entender, echemos en el vaso mezclador Un plan sencillo de Sam Raimi, Fargo de los Coen, Nightfall de Jacques Tourneur y Un mundo perfecto de Clint Eastwood, y obtendremos una película subyugante, que engancha al espectador desde su primera secuencia (en la línea de otras obras que empiezan en el interior de un coche en la huida tras un atraco como Reservoir Dogs y Sangre Fácil) y que reclama espacio propio en una cierta tendencia del cine americano para recuperar el género negro con cánones más o menos clásicos, en la que(por seguir con el juego de las referencias) encontraríamos también El hombre que nunca estuvo allí (siempre los Coen), El demonio bajo la piel de Michael Winterbottom, Lawless de John Hillcoat o Drive de Nicholas Winding Refhn. De todas las reseñas que nos ha rememorado ésta muy notable Deadfall, el clásico de Tourneur podría ser el más aproximado en cuanto a tempo narrativo, atmósfera desasosegante y dibujo de personajes.



Una voz en off, la de Eric Bana, comienza preguntándose cómo será el hogar ideal. En efecto, varias historias discurren en paralelo, varias experiencias vitales con propósitos de un futuro mejor (aunque sea transgrediendo la ley) se desarrollan hasta el límite para confluir en una catarsis final con un escenario y en una fecha muy especiales: la casa familiar de los Mills en las montañas canadienses en la cena del día de Acción de Gracias, tan especial para los norteamericanos que se reúnen en torno a un pavo para contarse las historias personales del último año y perdonarse los pecados.  El atracador Addison, que ha asesinado sin miramientos a todo el que se ha interpuesto en su huída con el dinero de su botín; su hermana pequeña Liza, que tratará de sobrevivir en la nieve y el hielo vestida con un escueto traje corto con hombreras; Jay, el exconvicto  al que la anterior unirá su destino en una huída primero romántica (Los amantes de la noche, Gun Crazy) y luego desesperada,  un joven que ha matado accidentalmente a su antiguo entrenador de boxeo al tratar de rendir cuentas con su tortuoso pasado; los padres de Jay, Chet y June, exmarshall el primero y abnegada madre sufriente la segunda; y la joven agente de policía local Hanna, que trata de ganarse el favor de su despreciativo padre que no es otro que el sheriff Marshall T. Becker. Todos ellos tienen sus tragedias individuales que se saldan en una tragedia griega colectiva a la que le falta un empuje final para hacer algo más redonda la seca, impactante, demoledora historia que Ruzowitzky y su guionista Zach Dean nos plantean en imágenes.



El director, también autor de libretos de sus propias películas como en Los falsificadores, plantea una mezcla de géneros con apariencia de thriller, pero más cercano al noir tradicional y al western moderno sobre la nieve. De lo que no cabe duda es de la factura de serie B que tiene Deadfall, que supera con creces las pretensiones artísticas con que parece haberse diseñado: es una película modesta en su planteamiento, pero ambiciosa en su recorrido temático y narrativo. Con grandes actores (Bana, Charlie Hunnam  y Olivia Wilde notables; Kris Kristofferson y Sissy Spacez sobresalientes; Treat Williams y Kate Mara desnortados dentro de la relación peor planteada y resuelta del film) y con extraordinarios  guión y diálogos.



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martes, 12 de noviembre de 2013

San Francisco Blues

Blue Jasmine, de Woody Allen. (3/5)
Estreno en cines: 15 de noviembre 2013. Trailer Blue Jasmine

 


Cada año, algunas veces en dos ocasiones en un sólo ejercicio anual, tenemos la sensación de estar asistiendo a un nuevo título del género "alleniana", redescubriendo las múltiples variables de ese sello inconfundible que el director neoyorkino da a sus películas.  Los aficionados y especialistas bautizaron hace no muchos años el género "americana", ¿por qué no buscar un término homologable para unificar el estilo, la temática y la narrativa de este hombre-espectáculo que es Woody Allen? Esta vez su creación anual nos lleva a una frontera en la que hacía tiempo no le veíamos, transitando como ha estado en territorios concienzudamente ligeros (A Roma con amor), caricaturescos (Granujas de medio pelo), ensoñadores (Midnight in Paris), de intriga (Match Point), musicales (Todos dicen I Love You) y merecidamente fallidos (Vicky Cristina Barcelona). Esta vez nos pone entre la carcajada y la congoja, en la delgadísima línea que separa la tragedia de la comedia, el drama del divertimento, nos sumerge en terrenos que ni le recordábamos desde September (1987). Allen ha usado como mera fuente de maduración de sus personajes centrales la obra dramática de Tennessee Williams Un tranvía llamado Deseo, asfixiándonos con sus existencias vapuleadas como ocurría en aquel Nueva Orleans cálido y sudoroso que Elia Kazan llevó al cine. Aquí el trasunto de Blanche Dubois es Jasmine France, viuda de un inversor inmobiliario que creció económicamente transgrediendo unas leyes que le han llevado a la cárcel y al suicidio. Jasmine, como Blanche, viaja al hogar de su hermana Ginger (Stella en el texto de Williams) para encontrar una nueva vida, pero se encuentra al macho dominador en la casa, un Kowalski redivivo, Chili,  igualmente aficionado al alcohol, los amigotes y las juergas. La metáfora con la que Allen actualiza el mito del tranvía que pasa una sola vez en la noche es el estallido de la burbuja delictiva de los Madoff, Lehman Brothers, bancos y cajas, especuladores varios que han llevado a este planeta a su peor recesión en un siglo.



Blue Jasmine es una gran película, de las mejores de su autor en la última década, pero es la menos alleniana. El drama personal, psicológico, afectivo, que supone la degradación de esa mujer antaño envuelta en pieles y joyas de los templos que la Quinta Avenida, habitual de los Hamptons de Long Island, encerrada en su urna de cristal y sin preguntarse nunca a qué oscuros negocios dedicaba su marido Hal el tiempo libre.  Ahora todo ha terminado, està arruinada y se ve obligada a trabajar de secretaria de un dentista más acostumbrado a manosear a las damas que a colocar implantes. En ese detritus que forman su humillante nuevo empleo, la repulsiva casa de su hermana y las primarias costumbres de Chili y sus colegas, Jasmine viajará a los infiernos hasta reencontrar parte del pasado (su hijo) que le impide caminar hacia un futuro donde reeditar su posición social y su complejo de superioridad. Una auténtica fracasada. Para meternos en su pellejo durante algo menos de cien minutos, Allen nos hace saltar en el tiempo del presente deprimente al pasado floreciente de sus años en la jet, un montaje paralelo plagado de flashbacks que transcurren en la mente de la protagonista y le hacen perder el  juicio, a lo que contribuye también su adicción a las pastillas tranquilizantes.




En el catálogo urbanita del director-clarinetista hemos visto, amén de su amada NY, un Londres maquiavélico, una Barcelona desencantada, un París deslumbrante y mágico, y una Roma de reencuentros y amoríos. Ahora ha cruzado el país-continente y se ha instalado en la Costa Oeste, en un San Francisco reconocible más en su piel urbana que en sus moradores desplazados de una sociedad europeizada y moderna. Por ella pululan los actores que esta vez ha elegido el genio de Manhattan: una gran Cate Blanchett que aspirará con seguridad a premios importantes, cuyo drama interior traspasa la epidermis del espectador como una tragedia tan merecida como triste; un aceptable Peter Sarsgard como la última oportunidad de Jasmine; un sorprendente aunque caricaturizado Bobby Cannavale como Chili, borracho, amante de las camisetas de tirantes y la cerveza como Brando en Un tranvía...; una convincente Sally Hawkins como Ginger, la anfitriona de la función, y un efectivo Alec Baldwyn al que empezamos y acabamos odiando por tantas y tantas cosas... Sobresale el trabajo del director de fotografía Javier Aguirresarobe, que repite trabajo con Woody Allen, logrando amarillos y ocres contrapuestos al luminoso azul de la bahía californiana de San Francisco.      




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martes, 29 de octubre de 2013

El eterno fin del mundo

Al final todos mueren. Estreno en cines 1 nov. 2013. (2/5)


Desde que el Cine existe, las películas divididas en capítulos más o menos estancos y dirigidas por varios realizadores han pecado de falta de unidad, dispersión de estilos y disfunciones artísticas variadas. Al final todos mueren es un típico ejemplo… de los tres casos. Cinco historias episódicas, desangeladamente hilvanadas, y dirigidas por Javier Botet, Javier Fesser, David Galán Galindo, Roberto Pérez Toledo y Pablo Vara nos proponen un nuevo viaje del cine español al fin del mundo (3 días, Fin, Los últimos días, Los días no vividos y ahora ésta) abordado desde posiciones hasta ahora inexploradas en los títulos citados. A SABER:
·        42 DÍAS ANTES DEL IMPACTO: un capítulo de experimentación narrativa e interpretativa, con Botet en la dirección. Un asesino en serie encierra y mata a sus víctimas, siempre mujeres, pero no puede vencer al fin del mundo, que chafa sus planes.
·        LOS ROMANTICOS DEL FIN DEL MUNDO, 13 días antes del final, un igualmente fallido acercamiento a los jóvenes de hoy sin mañana, dirigido por Pérez Toledo. Un grupo de jóvenes sin futuro se lanzan a buscar el amor de su vida con la presión de aprovechar bien el tiempo y probar cosas inéditas en su experiencia sensorial. Posmodernidad en el apocalipsis.
·        8 DIAS ANTES DEL IMPACTO,  un interesante fogonazo con varios personajes reunidos en un chalet disputándose los tickets para la salvación, con Pablo Vara dirigiendo. Conseguir entrar en uno de los búnkeres que darán cobijo a los privilegiados convierte a los amigos en carne de ansiedad.
·        EL HOMBRE DEL MAÑANA, a tres horas del impacto, el inevitable humor español siglo XXI con la historia del bebé del fin del mundo que podría firmar Alex de la Iglesia, pero que dirige Galán Galindo. Gustará a los aficionados de la última generación.
·        PRÓLOGO Y EPÍLOGO, un glorioso doble episodio con forma de prólogo-epílogo que nos sitúa en el mismo espacio inmenso que Gravity y que ya adelanto es el más satisfactorio de la película. Javier Fesser entiende a la perfección la perspectiva con la que hay que mirar este acontecimiento planetario que será la destrucción de la Tierra.




Los directores, sus actores y sus técnicos han reunido un muy limitado presupuesto por cabeza para rodar (en Moraleja de Enmedio y Madrid) esta sugerente rareza que va a sorprender a muchos espectadores. Alguno de los cineastas que han buscado inspiración para esta teoría de cómo afrontar el final de los días habrá visto 4:44 Last Day on Earth de Abel Ferrara, pero ha quedado años luz de su profundidad  psicológica, de la hondura de sus personajes y de la brillantez de su propuesta formal, a pesar de que en Al final todos mueren se busque sorprender precisamente con esa variedad de su estructura, que contraviene la narrativa clásica. 



Puestos a bucear en análisis cinematográficos sobre el neo-apocalipsis, destaca la propuesta de la británica Perfect Sense de David Mackenzie, los seres humanos van perdiendo sus sentidos… si es que alguna vez los han tenido, o lo que de teorización sobre el final del mundo tal y como lo entendemos pueda tener Lo imposible de J.A. Bayona, que es bastante. 

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miércoles, 9 de octubre de 2013

La película del año

Gravity, de Alfonso Cuarón (3/5)
Esta fascinante película que nos llega en momentos de mutación, transformación, reconversión, ha aterrizado (y pocas veces mejor empleada la palabra) precedida de la mayor unanimidad crítica que recuerdo en la gran pantalla. Costaba acercarse al cine sin sentirse mediatizado por los artículos y comentarios que se han escrito y formulado en TODOS los foros, como si repentinamente una nueva Intolerancia (Giffith) o un nuevo Ciudadano Kane (Welles) redivivos hubieran sorprendido a quienes hablan y escriben sobre las películas que se estrenan. No pude evitar entrar en la sala condicionado por los elogios que Gravity ha obtenido en los Festivales de Toronto, Venecia y San Sebastián, donde se ha hablado de “experiencia irrepetible”, “un antes y después del Cine”, “una reinvención del lenguaje en una pantalla” y “revolución sensorial”. Es difícil no prejuzgar lo que uno va a ver con semejante grado de pleitesía sobre una obra que ciertamente renueva el  lenguaje cinematográfico, y que por vez primera en la Historia sitúa un larguísimo plano de casi media hora de duración (o eso me ha parecido la densidad de su arranque) nada menos que en espacio post- atmosférico. Un virtuosismo, pero, ¿sólo eso?.
Lo primero que cabría discernir es ante qué género cinematográfico estamos: un mestizaje de ciencia ficción a la antigua (los avances en la conquista del espacio que vemos no son un sueño sino que ya están ahí gracias a los avances de la Ciencia, a cientos de kilómetros de la Tierra), la aventura clásica con el incierto destino de los protagonistas y el terror (los abismos del universo). La mención obligada ante la visión de Gravity es la (hoy empequeñecida) 2001, una Odisea del espacio de Stanley Kubrick, respecto a la cual tenemos menos metáforas visuales, menos simbolismo y más “realismo fantástico”, como se puede denominar al ejercicio metafísico que propone el ya aclamado director Alfonso Cuarón. Realismo fantástico, porque se convierte en ficción algo real, al contrario que la Sci-Fi clásica que convertía en (supuestamente) real una ficción y lo llevaba a los terrenos de un futuro improbable que raras veces (salvo en los visionarios artefactos y viajes de Julio Verne) se ha cumplido. Los astronautas de Gravity se mueven en su rutina espacial, reparan plataformas averiadas como el mecánico que cambia la rueda de un coche, y discurren entre elementos que el Hombre ya ha creado, como las estaciones espaciales, el Hubble o los transbordadores. Nada de ficción hay en todo ello pues desde Houston, Baikonur o Cabo Cañaveral se contacta diariamente con ellos desde hace un par de décadas. Casi nadie repara en ello, pero el causante del cataclismo espacial es el Hombre: un misil  ha alcanzado varios satélites e instalaciones allí arriba y  la consiguiente basura espacial viaja meteoricamente contra los astronautas que reparan el telescopio gigante a seiscientos kilómetros de distancia, el comandante Kowalsky y la doctora Ryan Stone, van a recibir una lluvia de meteoros que destrozará su entorno vital y su hilo conductor con la vida. Los paseos de la cámara entre los científicos, relatando su plácida misión primero y su infierno (en el espacio) después, cuando quedan como verdaderos náufragos perdidos en la inmensidad de un agujero negro llamado Universo, otorgan al espectador un punto de vista subjetivo del que difícilmente se sale ni siquiera cuando ha terminado la proyección: tal es el efecto cautivador de su planificación y de su ejecución medida y perfecta, sin música de Strauss pero con más fuerza expresiva si cabe que en la visionaria y adelantada a su tiempo película de Kubrick.
Gravity tiene una óptica metafórica tematicamente: la existencia de la especie humana no puede empeñarse en la conquista del espacio como nuestro nuevo hogar, porque allí los peligros se multiplican en la Nada, el miedo al vacío se acrecienta, se descubre  la ausencia de socorro y auxilio cuando más se necesita, se palpa con terror la inmensidad del espacio y la pequeñez del ser humano en la inabordable Creación. Y es también metafórica visualmente: el espacio es el desierto que hemos visto tantas veces en el Cine, y las estaciones espaciales ISS, MIR  y Tiangong  son los oasis donde los personajes se aferrarán a la vida con cada vez menos posibilidades de sobrevivir. Y sentimos algo parecido a la sed que se siente cuando alguien queda perdido en el desierto: sentimos algo aferrándose a nuestra garganta sin dejarnos respirar, metidos en esa escafandra que Sandra Bullock lleva con penitencia… ¿Quién le mandaría dejar su consulta médica y marcharse al espacio a apretar tornillos a más de cien grados bajo cero de temperatura? Con esta maravillosa actriz renacida descubrimos el amor a la Tierra, este planeta nuestro tan maltratado al que agredimos diariamente (la mano de Bullock aferrándose a un puñado de arena podría ser la nuestra). La doctora Ryan toma magistralmente el testigo de Bowman, de Ripley, de Lovell, colonos todos ellos en un continente tan desconocido como hostil para nosotros.
Cuarón había demostrado hasta ahora una enorme capacidad para conmover.  Los hijos de los hombres y Harry Potter y el Prisionero de Azkabán lo demuestran. Y tu mamá también y Grandes Esperanzas le situaban en otro registro muy distinto pero necesario para probarse a sí mismo y demostrar que es capaz de articular personajes y dramas de calado. Ha escrito el guión con su hijo Jonás, autor de un relato titulado Defensa, ha peleado durante cinco años por levantar esta nueva catedral cinematográfica y ha mostrado su olfato con el gran acierto del exiguo reparto: su apuesta personal  por Bullock , tras intentar infructuosamente implicar a Angelina Jolie y a Natalie Portman, le honrará hasta el fin de los tiempos como artífice de un redescubrimiento a la altura de la actriz que lo protagoniza. Noto en cambio algo mal perfilado el personaje del comandante Matt Kowalsky, con un George Clooney efectivo pero deudor de unas motivaciones personales que no se aciertan a comprender. Ahí es donde para mí, el guión (repito, el guión) de esta subyugante película tiene una vía de agua que la dejan fuera del universo de las más grandes.
Emanuel Lubezki, artífice de la fotografía, demuestra ser el especialista en tomas largas que siempre ha sido. Todo es digital en las escenas a espacio abierto salvo los rostros de los dos actores (que se ven a través de las escafandras de sus trajes espaciales). Las escenas de Bullock dentro de las estaciones espaciales son mas "cinematográficas" en el sentido clásico, con la actriz actuando con todo su cuerpo y sostenida en la ingravidez por robots. Si esta producción arrasa en la noche de los Oscar del año que viene, uno será seguro para su sonido: el silencio es más impresionante en ella que el estruendo y eso es muy difícil de conseguir. Las tecnologías  3D y el formato Imax son empleadas con mucha más lógica dramática y visual que en el ya amortizado Avatar de James Cameron.
Para Variety ésta es una  "superproducción minimalista". Buena definición esquemática. Los seguidores de Twitter me están preguntando por qué sólo le he otorgado una calificación de 3/5. La respuesta está en el contexto de la propia Historia de este invento  y de la cámara y la pantalla, y en  mis microcrónicas en Twitter en las que muy pocas películas han alcanzado 4 o 5 (Qué verde era mi valle, Veracruz, El hombre tranquilo, y alguna más en un año y 8 meses que lleva uno difundiendo opiniones por este nuevo mercadillo a 140 caracteres. Pienso que para ser la definitiva y perfecta obra que nos tratan de hacer ver, necesitaría profundizar algo más en la tragedia emocional del personaje. Salvo eso, coincido en valorarla como la más importante del año, y seguramente de muchos años tanto pretéritos como venideros.

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domingo, 29 de septiembre de 2013

Londres, 2027

LOS HIJOS DE LOS HOMBRES


El mundo vive sin esperanza ante la pérdida de la fertilidad del sexo femenino. Las migraciones masivas procedentes de países del Tercer Mundo desbordan el planeta y causan graves problemas de abastecimiento de alimentos y de seguridad, de tal forma que los inmigrantes son aislados en campos de refugiados. El terrorismo de grupos nacionalistas es habitual en las caóticas calles de la City: bombas en autobuses, aceras y estaciones  han creado un clima de miedo en la población y un estado policial en el que las libertades brillan por su ausencia. La TV informa de que el ser humano más joven del mundo, un varón de 18 años, ha muerto. Pero una luz de esperanza se enciende: una joven de color queda embarazada y debe ser protegida de los radicales.

LA HUMANIDAD EN PELIGRO
            La raza humana ha sido llevada al límite de su resistencia por el cine en numerosas ocasiones. El final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría abrieron un subgénero dentro del fantástico que albergó un ramillete de títulos sobresaliente, que en los años más recientes han tenido brillante continuación con la paranoia colectiva que ha supuesto el   11-S y sus consecuencias. En Los hijos de los hombres, convertida en hallazgo para los aficionados del cine de apocalipsis, la esperanza del futuro está en un nacimiento. Sólo la expectativa del alumbramiento de un nuevo ser arenga tanto a los activistas de los derechos civiles como a los que recelan de que sea una inmigrante afroamericana la que tenga en su vientre la semilla de la supervivencia de la especie.  Hasta ahora, era la supervivencia individual de grupos humanos reducidos la que había concitado de forma mayoritaria el interés del cine, generalmente frente a la amenaza extraterrestre como en La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1955) de Don Siegel y las demás versiones de la novela de Jack Finney,  o en La guerra de los mundos (The War of The Worlds, 1953) de Byron Haskin y su nueva versión dirigida por Steven Spielberg en 2005. Si no proviene del espacio, el temor apocalíptico tiene procedencia futurista como en Mad Max, salvajes de autopista (Mad Max, 1979) de George Miller y sus secuelas, donde el mundo quedaba sometido a un violento caos irracional. Y otras veces, como en muchas películas de la saga de los zombies o en Doce monos (Twelve Monkeys, 1995) de Terry Gillian, es un virus el que ha extendido la epidemia que hace desaparecer a hombres, mujeres y niños.



Tal vez el precedente más elocuente de esta agónica aventura en la que la humanidad corre peligro de desaparecer por infertilidad sea El último hombre vivo (The Omega Man, 1971) de Boris Sagal o su nueva versión Soy Leyenda (I am a Legend, 2007), de Francis Lawrence, con la trascendental diferencia de que en las adaptaciones de la novela de Richard Matheson el origen de la amenaza está en una bacteria o una emisión radiactiva, mientras aquí se expone bien a las claras que los humanos somos los culpables del mal que nos hará desaparecer: nos lo hemos buscado por la ambición, la lucha de clases entre ricos y pobres y la nefasta utilización de los recursos naturales que nos ofrece la Tierra.         
El director Alfonso Cuarón confesó durante el lanzamiento de la producción en el Festival de Venecia que la mayor influencia que había recibido para hacer la película fueron las noticias que cada día pueden verse en los informativos de la televisión, donde son raras excepciones los temas optimistas que rompan el augurio de un negro futuro colectivo en el planeta. Pero esa idea se lleva al paroxismo, tan próximo al cine de ciencia ficción: los viandantes pasean tranquilamente por el centro de Londres, y cuando estalla una bomba nadie parece sobresaltarse ni quedar conmovido por la dantesca escena. El terrorismo, la inmigración, el totalitarismo y la incapacidad para procrear son  fantasmas de la sociedad contemporánea que están presentes y que polarizan la tesis, la reflexión que defiende la película: una idea sobre el  fatalismo, una utopía negativa. 

CUARÓN Y LAS ESCRITORAS

La novela en la que está inspirada Hijos de los hombres no podía pasar desapercibida para la gran pantalla. La productora Hilary Shor se interesó por ella, impresionada por el cambio de rumbo de la autora Phyllis Dorothy James, muy conocida por sus obras de crímenes y famosa mundialmente por las iniciales P.D.  La escritora británica había publicado su relato en 1992, pero en aquella época no fue bien recibida una historia futurista de un mundo sin niños y sin esperanza de supervivencia.  Pero antes de que Alfonso Cuarón se interesara por él, el proyecto pasó por varios altibajos.



Cuarón viene de un país que sabe mucho de migraciones. En México el drama sacude la frontera con los Estados Unidos diariamente, lo que sin duda se refleja en el tratamiento que el director otorga a las hordas de inmigrantes que llegan a Gran Bretaña en masa. Nacido en México D.F. en 1961, el impacto de sus películas iniciales fue tan grande que el cine norteamericano le reclamó para firmar alguna de las superproducciones con  mayor despliegue publicitario en Hollywood, como la tercera parte de las aventuras del joven mago creado por otra escritora, J.K. Rawling: Harry Potter y el prisionero de Azkabán (Harry Potter and the Prisoner of Azkabán, 2004). Cuarón ya había tocado el género infantil en la adaptación de la obra literaria de otra mujer, Frances Hodgson,  en  La princesita (A Little Princess, 1995), y había incluso entrado en el recargado y apasionante mundo de Charles Dickens al llevar a imágenes su clásico Grandes esperanzas (Great Expectations, 1998), que supuso su entrada en el mercado USA y en la que lanzó a futuras grandes estrellas como Ethan Hawke y Gwyneth Paltrow combinando su juventud con la maravillosa veteranía de Anne Bancroft como la inquietante Sra. Dinsmoor.  Su graduación en el cine mexicano fue un auténtico acontecimiento a este lado del Atlántico, la película Y tu mamá también (2001) con la actriz española Maribel Verdú y sus adolescentes compatriotas Diego Luna y Gael García Bernal. Sus labores como productor han aumentado una prometedora filmografía: el golpe al sueño americano que supone El asesinato de Richard Nixon (The Assassination  on Richard Nixon, 2004) de Niels Mueller y la mencionada El laberinto del Fauno.  
Cuarón comparte generación con otros cineastas de su país que han deslumbrado al mundo artístico, con nuevos realizadores mexicanos como Alejandro González Iñárritu, quien  ha sorprendido con Amores perros (2000), 21 gramos (2003) y Babel (2006),  y Guillermo del Toro que tiene también un gran prestigio por sus éxitos valorados por crítica y público: Cronos (1993), Blade-2 (2002, Hellboy (2004) y El laberinto del Fauno (2006).
           
MICHAEL CAINE Y LOS DEMÁS

            Llega un momento en la vida de un actor de prestigio, la madurez, en el que haga lo que haga está siempre por encima de los demás. Michael Caine, en el papel de Jasper, se limita a “estar” en la pantalla durante las largas escenas en que la acción se traslada a su cabaña. Jasper vive aislado en una casa de campo con su mujer inválida y rodeado de plantas de marihuana que cultiva como si fuera su pequeño tesoro oculto al mundo exterior. Pero pese a su aislamiento, es el personaje sobre el que gira todo el desarrollo de la película porque mantiene los contactos necesarios para que los activistas juramentados para salvar la raza humana  puedan poner a salvo a la joven embarazada. Caine  es uno de los actores británicos más importantes del último medio siglo, ganador del Oscar ® al mejor secundario por Hannah y sus hermanas (Hannah and her Sisters, 1986) de Woody Allen y por Las normas de la casa de la sidra (The Cider House Rules, 1999) de Lasse Hallström. No ha podido hasta ahora celebrar el premio de la Academia al mejor protagonista, aunque lo rozó con Educando a Rita (Educating Rita, 1983) de Lewis Gilbert, con La Huella (Sleuth, 1972) de Joseph Leo Mankiewicz y con Alfie (Alfie, 1966) también de Lewis Gilbert.
            El protagonista es Theo, un joven comprometido pero desencantado, que volverá a la acción para salvar una causa justa y necesaria. Clive Owen es un actor de la escuela británica, educado en la Royal Dramatic Art y cuyas principales apariciones han sido El caso Bourne (The Bourne Identity, 2002) de Doug Liman, El rey Arturo (King Arthur, 2004) de Antoine Fuqua, y Elizabeth, la edad de oro (The Golden Age, 2007) de Shekhar Kapur. Junto a él, la huida hacia la salvación tendrá como compañera a su ex mujer Julian, una Julianne Moore que pone el contrapunto interpretativo a su partenaire con su marcado acento bostoniano.  Sus mejores papeles le llevaron a cosechar nominaciones para el Oscar ®, el mismo año por Lejos del cielo (Far From Heaven, 2002) de Todd Haynes y Las horas (The Hours, 2002) de Stephen Daldry. Fue la segunda Clarice Sterling que se midió al caníbal Hannibal Lecter en Hannibal (Hannibal, 2000) de Ridley Scott). Chiwetel Ejiofor, un joven actor de la nueva generación negra,  ha cautivado a directores como Spike Lee, Woody Allen y el mismísmo Ridley Scott, con el que trabajó en American Gangster (American Gangster, 2007) . Y la actriz cuyo personaje es el centro de la historia es Clare-Hope Ashitey, la única mujer embarazada sobre la faz de la Tierra.




            Si hay una cualidad técnica que distingue a Hijos de los hombres, además de la utilización de efectos dignos del género bélico en su segunda mitad, es la fotografía gris y mortecina de un Londres sumido en la depresión y el apocalispsis. Es obra de Emmanuel Lubezki, operador de las magistrales imágenes de El nuevo mundo (The New World, 2005), de Terrence Malick, y de varios de los títulos dirigidos por Alfonso Cuarón. También colaboró con Tim Burton en Sleepy Hollow (Sleepy Hollow, 1999), con los hermanos Coen y ha dirigido la fotografía del documental sobre los Rolling Stones Shine a Light (Shine a Light, 2008) de Martin  Sscorsese.  

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