UN DÍA EN LAS CARRERAS (1937)
El
futuro de un hospital de descanso, el
Standish Sanitarium, depende de que su propietaria consiga pronto la
financiación que impida su embargo. Forma parte de un complejo de vacaciones
que incluye casino, un hotel y un
hipódromo para carreras de caballos. La joven Julia tendrá que confiar en las
dotes del supuesto médico Hugo Z. Hackenbush y de sus dos “colaboradores”, Tony
y Stuffy, para entre todos convencer a la millonaria señora Upjohn de que su
mejor inversión es salvar el centro
médico. Pero las maniobras de Morgan y Whitmore, los dos arribistas que
pretenden quedarse con el negocio, van a tratar de impedirlo. El futuro de la
institución quedará en manos de un caballo, de nombre Chistera.
El gran éxito
que había logrado la Metro Goldwyn
Mayer con Una noche en la ópera
despertó muchas voces dentro del estudio que reclamaban una nueva película en
seguida, pero Irving Thalberg fue más prudente y dejó madurar la fruta, reposó
las cuentas y atesoró razones para, pasado algo más de un año, plantear un
segundo proyecto. Groucho, Chico y Harpo disfrutaban de la soleada California
junto a sus familias amasando la fortuna que habían hecho gracias al porcentaje
sobre los beneficios que les correspondió con esa primera película a las
órdenes del enfermizo productor. En ese tiempo, un ejército de escritores
convertidos en amanuenses bajo contrato componía el esqueleto narrativo de lo
que sería el nuevo invento de Thalberg para el grupo de cómicos. Fueron
necesarios casi veinte guiones distintos, modificados sucesivamente, hasta que
se logró lo que buscaba exactamente. Tanto giró el argumento, que inicialmente
había sido concebido como la historia de un grupo de actores que ofrecía una
caótica representación en una mansión
victoriana. Los archivos de MGM reflejan la elaboración para el guión
definitivo de treinta y siete textos, entre guiones, perfiles de personajes,
adaptaciones y correcciones. Al cabo de una decena de tratamientos y de
reescrituras, apareció en el texto escrito por Robert Pirosh, George Seaton y
George Oppenheimer un Edificio Médico Quackenbush, primer antecedente del
personaje que Groucho incorpora en esta película. En su versión definitiva, los
guionistas se apoyaron una vez más en la confusión de identidades para
construir toda la trama narrativa: Hackenbush no es médico, sino veterinario,
pese a lo cual gozará del favor y la confianza de la ricachona Emily Upjohn.
La compañía al
completo volvió a salir de gira para probar los números humorísticos,
recorriendo varias ciudades del país. Todos los días se reescribían algunas
escenas en función de la reacción del público En septiembre de 1936 comenzó el
rodaje de Un día en las carreras,
pero la desgracia quiso que el productor falleciera repentinamente por una
neumonía durante las filmaciones, dejando huérfanos a sus protegidos, a los que
había rescatado del fracaso. El nombre de Irving Thalberg no aparece en los
créditos, sí el de su productor asociado Sam Spiegel, que años después se haría
famoso por producir obras como La reina
de Africa (African Queen, 1951)
de John Huston o La ley del silencio
(On the Waterfront, 1954) de Elia
Kazan. El rodaje se interrumpió durante tres meses, un paréntesis en el cual el
número uno de la Metro ,
Louis B. Mayer, reorganizó la compañía y tomó las riendas de la exitosa unidad
de producción del desaparecido Thalberg. Los compromisos adquiridos de antemano
con los hermanos Marx no podían romperse, pero muy pronto comprendieron los
cómicos con quién se iban a jugar las cartas en el futuro.
Es la película
con mayor metraje de la filmografía de los Marx, pese a lo cual su rentabilidad en taquilla no
se resintió. El público de aquellos años depresivos estaba dispuesto a asistir
a una función de casi dos horas que combinaba las locuras del trío con los
números musicales suntuosos de un corte parecido al que imprimía Busby Berkeley
en sus coreografías. Una película, en suma, muy Metro Goldwyn Mayer, pese a ser
de los hermanos Marx. Un día en las
carreras, igual que Una noche en la
ópera antes, logró atraer hacia los Marx al público femenino gracias a la
incorporación de subtramas románticas entre dos jóvenes bien parecidos, Allan
Jones, que repetía protagonismo como el joven con dotes artísticas, y Maureen
O’Sullivan. La aportación de Thalberg había logrado limar las aristas de la
anarquía narrativa y visual que reinaba en las películas del grupo. Los momentos más recordados son como de
costumbre los que nada tienen que ver con el argumento. El reconocimiento
médico a la Sra. Upjohn ,
la siempre magnífica Margaret Dumont, dura apenas tres minutos pero se
convierte en un frenético episodio de destrucción irracional de todo aquello que guarde un
cierto orden: comienza con la absurda esterilización de los brazos de los tres
“médicos” que van a practicar el examen ante el verdadero galeno, Siegfried
Ruman, continúa con la paciente tumbada boca arriba como un carnero en el
matadero, cuelgan un cartel de “hombres trabajando” en sus pies, aplican espuma
sobre su cara y comienzan a afeitarla, y concluye con la alarma antiincendios
disparada y un caballo apareciendo bajo la lluvia. Un vergel surrealista en el
que Groucho, Chico y Harpo despliegan todo su esfuerzo para que, cuando salen de la escena, no quede en el decorado
piedra sobre piedra. Esta secuencia histórica obtuvo el calificativo de
“insuperable” en la obra magna de Bertrand Tavernier, 50 años de Cine Norteamericano.
Harpo no
aparece en el otro momento glorioso de Un
día en las carreras, la escena reservada a Chico y Groucho de “¡al rico helado de tutti-frutti!”. Un
escritor de diálogos que no aparece en los créditos, Al Boasberg, es el autor
de ese diálogo que no experimentó improvisaciones por parte de los dos
hermanos: tan conseguida estaba la escena sobre el papel, que no fue modificada
durante el rodaje. Tony necesita dinero fácil para apostar por un caballo,
Sun-Up, que va a ganar la carrera, y se disfraza de vendedor de helados para
engañar a Hackenbush ofreciéndole un pronóstico equivocado, que además va a
suponer que quede desplumado. La forma en que Chico le saca dieciséis dólares
al confiado doctor se convierte en una
especie de resonancia lógica de la negociación del contrato del “mejor tenor
del mundo” en Una noche en la ópera:
el alumno aventajado ya ha aprendido lo suficiente para estafar con elegancia
al supuesto estafador, el regador regado. Chico le engaña dando una
lección acelerada en cinco pasos. Le
hace comprar:
1)
el pronóstico para la
carrera, que viene cifrado en una clave: un dólar;
2)
un libro de claves para que
entienda lo que significa ZVBXRPL. Otro dólar, aunque sólo por la impresión;
3)
una clave principal, que le
costará al pobre de Hackenbush dos dólares por el transporte;
4)
una guía de criadores de
caballos, aunque en realidad le entregará “cuatro por cinco”;
5)
otra guía para consultar el
nombre del jockey que montará al caballo ganador. Como Chico no dispone de
cambio de diez dólares, le entrega diez libros inservibles a cambio.
Es la estafa
perfecta, la pequeña venganza sobre el plató del mayor de los hijos de Minnie,
el preferido de su madre, frente al más
célebre de todos. Siempre será recordada como la escena en la que Chico hizo
callar a Groucho hasta humillarle.
De nuevo las
canciones cobran un relieve especial. Compuestas por Bronislau Kaper y Walter
Jurman, y escritas por Gus Kahn, se integran
en la puesta en escena requerida por los hermanos Marx para desplegar
sus excentricidades. La primera es Tomorrow
is Another Day, interpretada por Allan Jones ante una enamorada Julia. Siempre ha existido en torno al trabajo de
los Marx la discusión sobre lo inoportuno de sus números musicales, cuando el
arpa y el piano venían a interrumpir sus
locuras y detenían, en ocasiones abruptamente, lo frenético de la narración.
Leo McCarey, su director en Sopa de Ganso,
lo consideraba una ruptura innecesaria en la trama. Cuando Harpo y Chico cogen
sus respectivos instrumentos, las caretas de sus personajes se vienen abajo:
Adolph toca de forma íntima, para sí mismo, y Leonard lo hace para divertir a
los demás. Pero hay otros momentos brillantes: el baile de Harpo a los compases
del número musical Gabriel con la comunidad negra instalada en chozas junto al
complejo vacacional; la cena romántica de Hackenbush con la vampiresa Esther
Muir, interrumpida por Tony y Rusty disfrazados de detectives primero y de
pintores después, y la primera inspección médica a Harpo, en la que el enfermo
se come el termómetro y se bebe el alcohol de farmacia. Ese imposible
reconocimiento médico sirve a Hackenbush para hacer el diagnóstico más
incomprensible de la historia de la ficción médica (“Tiene casi un 15% de metabolismo, con una tiroides superactiva y más
de un 3% de afectación glandular. Y un 1% de inteligencia. Es lo que solemos
designar como tipo idioticus cronicus, resumiendo, el caso más claro que se me
ha presentado de cabeza de adoquín”).
La carrera final en la que Chistera, el caballo purasangre en cuyas
patas descansa el futuro de la institución médica, se juega el triunfo final se
prolonga durante varios minutos plagados de elementos y gags más físicos que verbales, como en casi todos los clímax
finales de los Marx.
En
el aspecto anecdótico cabe incluir dos licencias del doblaje al castellano,
cuando Groucho hace referencia al médico interpretado por Siegfried Ruman al
que compara con Fidel Castro… que en 1937 era un niño de diez años y llegaría
al poder en Cuba veintidós años después del rodaje. Y cuando el cast al completo entona unas estrofas
del libreto West Side Story, escrito
por Leonard Bernstein en 1957. Maureen O’Sullivan, la novia de Johhny
Weissmuller en tantas películas de
Tarzán producidas también por MGM, acompaña a los Marx en el inevitable
personaje femenino. Y Sam Wood repitió en la dirección pese a los esfuerzos
realizados por Groucho para impedirlo, porque nunca se soportaron mutuamente.
Un día en las
carreras se estrenó el 11 de junio de 1937
Diálogos
Un día en las carreras:
Groucho, al gerente del sanatorio: “Mi
experiencia médica no ha tenido mucho interés, excepto durante la epidemia de
gripe”. Gerente: “¿Qué pasó entonces?”. Groucho: “Que cogí la gripe”.
Groucho, a Margaret Dumont: “Cásese
conmigo y nunca más miraré a otro caballo”.
Chico: “Sun-Up es el peor caballo de la
pista”. Groucho: “He notado que gana siempre”. Chico: “¡Bah!, eso es sólo
porque llega el primero”.
Groucho, a la secretaria: “Señorita:
envíe un ramo de rosas rojas y escriba "Te quiero" al dorso de la
cuenta”.
Secretaria: “Dr. Hackenbush, ¿podría
ponerme el visto bueno a esto?”. Groucho: “Tengo mucho trabajo. Haré una cosa:
le pondré ahora el visto, y venga después por el bueno”.
Siegfried Ruman: “¿Quién ha llamado a
estos hombres?”. Groucho: “No hace falta llamarlos. Se frota una lámpara y
aparecen”.
(Este texto se incluyó en mi libro sobre Los Hermanos Marx publicado en 2009 junto a la edición videográfica de las películas que hicieron en MGM).
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