EL
FUERA DE LA LEY
Pocas
veces en la filmografía de Clint Eastwood se puede encontrar una sucesión de
momentos de extrema violencia y muerte como en The Outlaw Josey Wales. La narración no da pie al respiro, lleva al
espectador practicamente sin posibilidad de relax de un enfrentamiento armado a
otro, de una situación límite a la siguiente, al ritmo del itinerario físico y
moral que sigue “el mismísimo diablo”, como define al protagonista ese viejo cherokee
civilizado que es Chief Dan George (no debe olvidarse: el segundo nombre que
aparece en los créditos de la película). El viaje hasta las tierras indias de
este antiguo granjero que ha perdido a su familia asesinada por los Botas Rojas
pasa de la frondosidad de los bosques de Missouri hasta las desérticas
extensiones en Texas pasando por Kansas, de los azules gélidos forzados por la
cámara de Surtees a la calidez del sol en un paraje que podría haber localizado Ford en su
Monument Valley: rojos, amarillos arcillosos y áridos ocres. Pero en todo ese
recorrido la venganza y la persecución alientan un relato plagado de duelos
pasados a revolver y carabina.
El fuera de la ley es el segundo de los
cinco westerns firmados por Eastwood como director, si consideramos Bronco Billy (Bronco Billy, 1980) como un elemento cercano al género, y el
undécimo de los catorce que protagonizó, incluyendo en la lista aproximaciones
temáticas como La jungla humana (Coogan’s Bluff, 1968), el musical La leyenda de la ciudad sin nombre (Paint Your Wagon, 1969) y El seductor (The Beguiled, 1971). Cuando acometió la adaptación del libro Gone to Texas del poeta indio Forrest
Carter tenía ya una experiencia de casi una década como pistolero, había
cabalgado junto a Sergio Leone, John Sturges y Don Siegel, se había movido en
argumentos de Budd Boetticher y en guiones de Elmore Leonard. Incluso había ya dirigido su primer western, Infierno de cobardes (High Plains Drifter, 1973) con el que Josey Wales guarda pocas similitudes. El personaje es en cierto
modo un anticipo del Bill Munny de Sin
Perdón (Unforgiven, 1992), aunque
comienza como un destripaterrones tan
iluso y despreocupado que sospecha la
presencia de una tormenta al escuchar el estruendo de los jinetes destrozando
su hogar y asesinando a su familia. “Lo que el Señor nos da, el Señor nos lo
quita”, proclama resignado antes de desplomarse sobre la cruz de la sepultura
de su mujer y su hijo. La venganza comienza en los rescoldos del hogar
calcinado: entre las cenizas, Josey encuentra el revolver con el que comenzará
a practicar sobre una estaca de madera. Nada sabe del manejo de armas, pero su
perseverancia al disparar dejará el tablón destrozado en astillas y demostrará
que está dispuesto a hacer pagar a los asesinos aunque sea lo último que haga. En
el camino, Josey conocerá lo peor del ser humano. El mismísimo demonio
terminará disparando por la espalda y rematando a sus adversarios, elementos
incorporados al guión que seguramente separaron a Eastwood y a Phillip Kaufman
a la hora de iniciar el rodaje y que obligaron al director californiano a
dirigir la película además de ponerse delante de las cámaras. Y elpíticamente,
el capitán yankee Terrill que ha asesinado a la familia de Wales y le ha
perseguido como a una rata durante más
de dos horas de película, caerá ensartado por la espada con una
gestualidad muy parecida a la que
Eastwood confería a la caída del cuerpo de su protagonista sobre la cruz de la
sepultura de sus seres queridos.
El
fuera de la Ley es un compendio de temas westernianos
que habla del trauma de la guerra, de cómo las tribus indias fueron engañadas
en Washington, de los tiempos de supervivencia en que la carne de búfalo
ahumada era un tesoro para quienes cabalgaban entre las montañas de Missouri,
del trato no menos inhumano que recibieron los perdedores de la guerra entre
Estados. Eran tiempos en que había que
saber cantar Dixie y el Himno de la República para sobrevivir,
tiempos de vendedores de elixires maravillosos , de cazarrecompensas, de
saqueadores de peregrinos orgullosos de ser de Kansas, de comancheros
desalmados. Eastwood utiliza el recurso a la narración episódica, levemente
hilvanada por un hilo conductor que es la venganza tan afín a directores como
Fritz Lang, pero tan oculta como en los westerns de Anthony Mann, con los que sí
guarda enormes paralelismos físicos y psicológicos. Una venganza que se
encuentra larvada hasta el desenlace y que no le será explicitada siquiera a la
víctima del ritual de rencor y violencia. Wales escupe tabaco mascado sobre el
cráneo de sus victimas y de todos los seres a los que desprecia como alacranes,
perros y vendedores ambulantes, pero en su recorrido no duda en incorporar al
hijo adoptivo al que deberá enseñar los secretos del revólver y de las
emboscadas. Como en El aventurero de la
medianoche (Honky Tonk Man,
1982), El principiante (The Rookie, 1990), Un mundo perfecto (A Perfect
World, 1993), Mystic River (Mystic River, 2003), Million dollar baby (Million Dollar Baby, 2004), El intercambio (The Changelling, 2008) y Gran
Torino (Gran Torino, 2008), el
realizador sitúa como una de sus obsesiones personales la pérdida de un hijo y
la consiguiente, casi simulténa, necesidad de adoptar y ser adoptado, y ese
papel se le atribuye en la película al joven sudista que acompaña a Wales en
sus primeros escarceos como rebelde y prófugo tras el armisticio. De forma claramente confesable, Eastwood
muestra y no oculta sus preferencias por los derrotados y denuncia la
irracionalidad de los ganadores sin escamotear violaciones o abusos. En unos
tiempos en que el género ya se encontraba en franca retirada, el cineasta que
mejor ha contribuido a evitar su eutanasia continuaba un camino de
dignificación que resaltaría aún más en El
jinete pálido (Pale Rider, 1985),
el único super-western de los años 80, y en Sin
Perdón, que curiosamente le proporcionó la amnistía general de todos los
detractores miopes que le habían retirado cualquier licencia artística en los
tiempos de Leone y Harry.
Copyright © Víctor Arribas
No hay comentarios:
Publicar un comentario