Blue
Jasmine, de Woody Allen. (3/5)
Estreno en cines: 15 de noviembre 2013. Trailer Blue Jasmine
Cada año, algunas veces en dos ocasiones en un sólo ejercicio anual, tenemos la sensación de estar asistiendo a un nuevo título del género "alleniana",
redescubriendo las múltiples variables de ese sello
inconfundible que el director neoyorkino da a sus películas. Los
aficionados y especialistas bautizaron hace no muchos años el género "americana", ¿por qué no buscar un término homologable para unificar el estilo, la temática y la narrativa de este hombre-espectáculo que es Woody Allen? Esta vez su creación anual nos lleva a una frontera en la que hacía tiempo no le veíamos, transitando como ha
estado en territorios concienzudamente ligeros (A Roma con amor),
caricaturescos (Granujas de medio pelo), ensoñadores
(Midnight in Paris), de intriga (Match Point), musicales (Todos dicen I Love
You) y merecidamente fallidos (Vicky Cristina Barcelona). Esta vez nos pone
entre la carcajada y la congoja, en la delgadísima
línea que separa la tragedia de
la comedia, el drama del divertimento, nos sumerge en terrenos que ni le recordábamos desde September (1987). Allen ha usado como mera
fuente de maduración de sus personajes centrales
la obra dramática de Tennessee Williams Un
tranvía llamado Deseo, asfixiándonos con sus existencias vapuleadas como ocurría en aquel Nueva Orleans cálido
y sudoroso que Elia Kazan llevó al cine. Aquí el trasunto de Blanche Dubois es Jasmine France, viuda de
un inversor inmobiliario que creció económicamente transgrediendo unas leyes que le han llevado a la
cárcel y al suicidio. Jasmine,
como Blanche, viaja al hogar de su hermana Ginger (Stella en el texto de
Williams) para encontrar una nueva vida, pero se encuentra al macho dominador
en la casa, un Kowalski redivivo, Chili,
igualmente aficionado al alcohol, los amigotes y las juergas. La metáfora con la que Allen actualiza el mito del tranvía que pasa una sola vez en la noche es el estallido de la
burbuja delictiva de los Madoff, Lehman Brothers, bancos y cajas, especuladores
varios que han llevado a este planeta a su peor recesión en un siglo.
Blue
Jasmine es una gran película, de las mejores de su
autor en la última década, pero es la menos alleniana. El drama personal, psicológico, afectivo, que supone la degradación de esa mujer antaño envuelta en pieles y joyas
de los templos que la Quinta Avenida, habitual de los Hamptons de Long Island,
encerrada en su urna de cristal y sin preguntarse nunca a qué oscuros negocios dedicaba su marido Hal el tiempo
libre. Ahora todo ha terminado, està arruinada y se ve obligada a trabajar de secretaria de un
dentista más acostumbrado a manosear a
las damas que a colocar implantes. En ese detritus que forman su humillante
nuevo empleo, la repulsiva casa de su hermana y las primarias costumbres de Chili
y sus colegas, Jasmine viajará a los infiernos hasta
reencontrar parte del pasado (su hijo) que le impide caminar hacia un futuro
donde reeditar su posición social y su complejo de
superioridad. Una auténtica fracasada. Para meternos
en su pellejo durante algo menos de cien minutos, Allen nos hace saltar en el
tiempo del presente deprimente al pasado floreciente de sus años en la jet, un montaje paralelo plagado de flashbacks que
transcurren en la mente de la protagonista y le hacen perder el juicio, a lo que contribuye también su adicción a las pastillas
tranquilizantes.
En el catálogo urbanita del director-clarinetista hemos visto, amén de su amada NY, un Londres maquiavélico, una Barcelona desencantada, un París deslumbrante y mágico, y una Roma de
reencuentros y amoríos. Ahora ha cruzado el país-continente y se ha instalado en la Costa Oeste, en un San
Francisco reconocible más en su piel urbana que en sus
moradores desplazados de una sociedad europeizada y moderna. Por ella pululan
los actores que esta vez ha elegido el genio de Manhattan: una gran Cate
Blanchett que aspirará con seguridad a premios
importantes, cuyo drama interior traspasa la epidermis del espectador como una
tragedia tan merecida como triste; un aceptable Peter Sarsgard como la última oportunidad de Jasmine; un sorprendente aunque
caricaturizado Bobby Cannavale como Chili, borracho, amante de las camisetas de
tirantes y la cerveza como Brando en Un tranvía...;
una convincente Sally Hawkins como Ginger, la anfitriona de la función, y un efectivo Alec Baldwyn al que empezamos y acabamos
odiando por tantas y tantas cosas... Sobresale el trabajo del director de
fotografía Javier Aguirresarobe, que
repite trabajo con Woody Allen, logrando amarillos y ocres contrapuestos al
luminoso azul de la bahía californiana de San
Francisco.
Copyright © Víctor Arribas
No hay comentarios:
Publicar un comentario