La vida secreta de Walter Mitty
Estreno en cines el 25 de diciembre de 2013. Trailer en español. La vida secreta de Walter Mitty
Soñar despiertos. Una experiencia que todos, en especial los
aficionados a este arte tan maltratado que es el Cine, hemos tenido alguna vez
y no sólo cuando éramos niños. La sala
de proyección es sólo un pretexto: soñamos en voz alta en la ducha, al volante,
mientras pasamos la aspiradora o hacemos la compra. Soñamos para evadirnos,
como le ocurría a aquel hombrecillo que cobraba vida en el cuento de James
Thurber The Secret Life of Walter Mitty, publicado en The New Yorker el 18 de marzo de 1939,
que fue un enorme éxito de ventas y teletransportó a miles de norteamericanos
hacia un mundo de sueños que servían para escapar de la cruda realidad del día
a día de aquellos años bélicos y convulsos.
No tardó el Cine en hincarle el
diente a la historia, y lo hizo apenas ocho años después en una versión de RKO protagonizada por Danny Kaye y
Virginia Mayo, con Boris Karloff y Ann Rutherford en papeles secundarios, que
rompió las taquillas y confirmó el tirón comercial de la aventura del pobre
Walter Mitty, el editor de novelas de bolsillo que aprovechaba los cuarenta
segundos del semáforo en rojo para convertirse en piloto, médico, caballero con
armadura o lo que su mente volátil e inabarcable pudiera disponer. A aquel
Walter de los 40 le pasaba lo mismo que al que ahora llega a las pantallas
convertido en Ben Stiller: que pasa de la ensoñación y el riesgo imaginados a vivir la aventura en
sus carnes tras una toma de conciencia poco o mal explicada, y tras romper la
barrera de lo real y lo fantástico de forma que, ya adelanto, me parece que el
espectador no llega a descifrar.
El contexto en que se nos sitúa al personaje de esta fábula
es la mítica revista Life, que acaba
de ser adquirida por un gigante de la Red y va a dejar de editarse en soporte
de papel. Stiller y su guionista Steve
Conrad no hacen un remake del Walter Mitty de Samuel Goldwyn y Norman Z.
McLeod, sino que convierten el cuento en una oda a la prensa escrita que
desaparece ante el nacimiento de una nueva era de publicaciones on-line. Es una
película hija de su tiempo, emocionada ante el mundo al que rinde tributo, más
que una nueva lectura del original literario o de la primera versión
cinematográfica. Hasta cierto punto, tenía derecho a buscar otro enfoque el
hijo de Goldwyn, Sam jr., que llevaba desde 1990 intentando levantar este
proyecto contra viento y marea y que ha recuperado la historia que su padre
trasladó al Cine sorteando los pleitos del autor que nunca habló bien de la
versión cinematográfica de 1947. Nos atrevemos a aventurar que, si vera ésta,
se volvería a la tumba con el susto en el cuerpo.
En su nacimiento, en enero de 1883 con una primera sede en
el 1155 de Broadway, Life fue una
publicación satírica basada en un lema que jugaba con las palabras y las
apariencias: “Mientras hay vida (Life),
hay esperanza”. Ha pasado de ser un semanal, a publicación mensual y ser
insertada en diarios como suplemento dominical, pero su cabecera y su historia
periodística de primera magnitud convierten a Life en un referente de primer orden para todo el que quiera
fabular, o hacer elegía, con el periodismo tradicional y romántico de los
soportes en papel, al borde de un colapso que nadie quiere pero todos vemos inevitable. En este homenaje que La vida secreta de Walter Mitty
hace al papel como soporte inmortal del periodismo, el lema de la revista muta
hacia una defensa de la aventura y lo aventurero, lo cual sin duda debió llamar
la atención de directores como Ron Howard o Steven Spielberg que han rondado
por este proyecto durante 20 años, y de Jim Carrey y Sacha Baron Cohen que han
flirteado con el personaje en las diferentes fases de su proceso de
gestación. El Mitty de Stiller es un documentalista
encargado del archivo de negativos y el de Kaye era editor de novelas de
bolsillo, un terreno mucho más propicio a inventar historias y mucho menos
mecánico que el que le confiere esta versión tan bien envuelta como vacía en su
contenido. Mitty emprende un extraño viaje por Groenlandia, Islandia,
Afganistán, que debería ser uno de sus sueños pero con el que se nos hace creer
que todo ocurre en realidad después de haberse mostrado con alarde de efectos
especiales los brotes de desenfrenada imaginación del protagonista. ¿Realismo o
fantasía? Buscarle la lógica al relato resulta banal, pero el barniz
naturalista que intenta imprimir Stiller a la tragedia del colectivo que ve
morir su oficio no se compadece con esa falta de verosimilitud que tiene el
relato narrado desde la fina frontera de lo verídico y lo irreal. Cheryl
(Kristen Wiig) le cambia la vida al hacerle sentir el compromiso de vivir las
aventuras que sueña para recuperar un negativo que presuntamente se ha
extraviado, un McGuffin que permite entrar en la narración al verdadero
personaje aventurero, al que sí sueña realmente lo que vive, al fotógrafo Sean
O’Connell que no tiene hogar fijo, ni teléfono móvil, ni se sabe nunca en qué
latitud del mundo se encontrará plasmando con su cámara la irrealidad del
planeta. Junto a la aparición entrañable ...
... y magnífica de Shirley MacLaine como
la madre dependiente de Mitty, la aportación de Penn es lo mejor de esta
comedia vitalista tan confusa como confundida. (sumemos en ese capítulo de
amplios cameos al Benjamin Button de Scott Fitzgerald, en un gran momento de la
película).
Copyright © Víctor Arribas
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