Doce años de
esclavitud
Estreno en cines el 13 de diciembre de 2013. Trailer Doce años de esclavitud
Pocos meses después del acercamiento tangencial (como todo
lo que hace) de Tarantino a la época de la esclavitud en el Sur de estados
Unidos (Django desencadenado, 2013), se estrena la película cuyos
responsables quieren que sea definitiva, la última palabra en el tratamiento
cinematográfico de aquellos años de
indignidad para la especie humana. Será por miedo escénico, será porque aún no existe
la perspectiva suficiente para tratarlo, o por motivos puramente industriales,
pero el Cine no ha volcado en sus primeros 118 años de vida su mirada de forma permanente
hacia la utilización de seres humanos como mano de obra explotada y al servicio
de señoritos burgueses racistas y depravados, en la mayoría de los casos. Quien mejor denunció el maltrato y las
vehaciones sufridas por los esclavos negros en el sur de Norteamérica ha sido
un director clásico, Richard Fleischer, en la hasta hoy no superada Mandingo
(1975).
Y quien ahora lo hace es un joven londinense, británico, residente
en Amsterdam y de ascendencia caribeña, con barniz autodeclarado de cineasta
independiente en sus dos anteriores experiencias tras la cámara: Hunger
(2008) y Shame (2011), un
sorprendente “exitazo” que en la calle pocos conocen en realidad. 12 años de esclavitud es su primera
película norteamericana, y por mucho que lo intente no va a poder convencernos
de que ha pretendido hacer una película para públicos minoritarios y, ¡zas!, de
repente ha llegado un blockbuster. Steve
McQueen (nació en 1969 mientras en la capital inglesa se estrenaba Bullit)
no puede negar las pretensiones de su obra. Sí reconoce en cambio que ha querido hacer El diario de Ana Frank
en estados Unidos, un relato en primera persona
de una época ignominiosa que debe avergonzarnos a todos como lo hace la
historia de la joven judía encerrada en
un sótano de Amsterdam durante la ocupación nazi. Sí denuncia la esclavitud, aunque
pueda parecer que un londinense no debería ser el mejor conocedor de ese drama histórico
que tantas muertes y humillaciones provocó. Y solo por eso es valiosa, aunque
en seguida maticemos ese valor.
De momento, sus pretensiones de
película definitiva se plasman en nominaciones a los Globos de Oro, siete. Los
Oscar ® vendrán después y ya pueden hacer apuestas sobre la cantidad de tíos de
Margaret Herrick se va a llegar esta producción melodramática. Está basada, con
bastante realismo, en el libro autobiográfico de Solomon Northup, vecino de Saratoga Springs (Nueva York), ciudadano
libre de raza negra, padre de familia con mujer y dos hijos, carpintero y violinista,
que fue secuestrado por traficantes de esclavos en 1841, separado de su familia
a la fuerza y conducido al sur donde fue vendido a uno de los dueños de plantaciones
de algodón en Luisiana. Solo en 1853,
doce años después, logró recuperar la
libertad y murió 4 años después en circunstancias no aclaradas.
Otra novela, La
cabaña del Tío Tom, la eclipsó y vendió muchos más ejemplares pese a
que 12 Years a Slave se basa en hechor reales y no de ficción). Un actor que
será grande, tanto como Morgan Freeman o Sidney Poitier, de nombre muy sinuoso (Chiwetel Ejiofor) da una lección de mesura y agonía en su trabajo como el
esclavo al que compran sucesivamente William
Ford (Benedict Cumberbach) y Edwin Epps (actor fetiche de McQueen, Michael
Fassbender). En una película bastante coral, sobresalen las interpretaciones
brillantes (aunque en un plano artístico siempre agradecido por todos los que
lo han probado, el límite humano ante el sufrimiento), como la de Lupita Nyong’o,
una esclava sexual Patsey a la que Epps domina, viola y destruye a golpes.
Apariciones episódicas de Paul Giamatti y Brad Pitt (el carpintero civilizado Bass)
dan brillo a ese reparto de enorme talento.
Pitt es ademas productor, y su personaje pone ante el espejo un mundo
que se derrumba y desaparece, y es el contraste del terrateniente Ford que pone
reparos a la separación de una madre de sus dos hijos al comprar a sus
esclavos, pero cede a las exigencias del traficante vendedor sin rebelarse ante
la inhumanidad de tal comercio.
La puesta en imágenes de McQueen lineal
y clásica, con saltos temporales fugaces
en la primera mitad del relato, que lo hacen algo más abstracto pero dentro de
un tono de realismo exacerbado. Se recrea en las torturas de los blancos dueños
de plantaciones, y en las reacciones de los negros ante las injusticias de esos
malos tratos en época de esclavitud. La capacidad de sufrimiento físico del
cuerpo humano y el ansia de liberación del alma son puestas en un mismo plano. Solomon
no trata de escapar, sólo de hacer llegar a la estafeta postal una carta que
pudiera ser enviada a Nueva York para probar su condición de hombre libre, y fabrica
una pluma de madera con la rama de un árbol y la tinta con el líquido oscuro
que deja en su plato de barro la fruta de la zarzamora. El realizador británico
construye un drama sólido y extraordinariamente bien narrado, con momentos de
gran sobrecogimiento (el plano eterno del sufrimiento físico de Solomon colgado del árbol con las puntas de los dedos
de los pies tocando el suelo para no morir asfixiado por la soga alrededor de
su cuello) y de esperanza (en otro plano
sostenido en el tiempo, Solomon intuye que su salvación está muy cerca y
mentalmente recorre sus doce años como esclavo). Pero cae en lo lacrimógeno en
una secuencia final de reencuentro que no está ni bien planificada ni bien
narrada, lo que deja un mal sabor de boca pese al notable conjunto final.
Copyright © Víctor Arribas
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