martes, 12 de noviembre de 2013

San Francisco Blues

Blue Jasmine, de Woody Allen. (3/5)
Estreno en cines: 15 de noviembre 2013. Trailer Blue Jasmine

 


Cada año, algunas veces en dos ocasiones en un sólo ejercicio anual, tenemos la sensación de estar asistiendo a un nuevo título del género "alleniana", redescubriendo las múltiples variables de ese sello inconfundible que el director neoyorkino da a sus películas.  Los aficionados y especialistas bautizaron hace no muchos años el género "americana", ¿por qué no buscar un término homologable para unificar el estilo, la temática y la narrativa de este hombre-espectáculo que es Woody Allen? Esta vez su creación anual nos lleva a una frontera en la que hacía tiempo no le veíamos, transitando como ha estado en territorios concienzudamente ligeros (A Roma con amor), caricaturescos (Granujas de medio pelo), ensoñadores (Midnight in Paris), de intriga (Match Point), musicales (Todos dicen I Love You) y merecidamente fallidos (Vicky Cristina Barcelona). Esta vez nos pone entre la carcajada y la congoja, en la delgadísima línea que separa la tragedia de la comedia, el drama del divertimento, nos sumerge en terrenos que ni le recordábamos desde September (1987). Allen ha usado como mera fuente de maduración de sus personajes centrales la obra dramática de Tennessee Williams Un tranvía llamado Deseo, asfixiándonos con sus existencias vapuleadas como ocurría en aquel Nueva Orleans cálido y sudoroso que Elia Kazan llevó al cine. Aquí el trasunto de Blanche Dubois es Jasmine France, viuda de un inversor inmobiliario que creció económicamente transgrediendo unas leyes que le han llevado a la cárcel y al suicidio. Jasmine, como Blanche, viaja al hogar de su hermana Ginger (Stella en el texto de Williams) para encontrar una nueva vida, pero se encuentra al macho dominador en la casa, un Kowalski redivivo, Chili,  igualmente aficionado al alcohol, los amigotes y las juergas. La metáfora con la que Allen actualiza el mito del tranvía que pasa una sola vez en la noche es el estallido de la burbuja delictiva de los Madoff, Lehman Brothers, bancos y cajas, especuladores varios que han llevado a este planeta a su peor recesión en un siglo.



Blue Jasmine es una gran película, de las mejores de su autor en la última década, pero es la menos alleniana. El drama personal, psicológico, afectivo, que supone la degradación de esa mujer antaño envuelta en pieles y joyas de los templos que la Quinta Avenida, habitual de los Hamptons de Long Island, encerrada en su urna de cristal y sin preguntarse nunca a qué oscuros negocios dedicaba su marido Hal el tiempo libre.  Ahora todo ha terminado, està arruinada y se ve obligada a trabajar de secretaria de un dentista más acostumbrado a manosear a las damas que a colocar implantes. En ese detritus que forman su humillante nuevo empleo, la repulsiva casa de su hermana y las primarias costumbres de Chili y sus colegas, Jasmine viajará a los infiernos hasta reencontrar parte del pasado (su hijo) que le impide caminar hacia un futuro donde reeditar su posición social y su complejo de superioridad. Una auténtica fracasada. Para meternos en su pellejo durante algo menos de cien minutos, Allen nos hace saltar en el tiempo del presente deprimente al pasado floreciente de sus años en la jet, un montaje paralelo plagado de flashbacks que transcurren en la mente de la protagonista y le hacen perder el  juicio, a lo que contribuye también su adicción a las pastillas tranquilizantes.




En el catálogo urbanita del director-clarinetista hemos visto, amén de su amada NY, un Londres maquiavélico, una Barcelona desencantada, un París deslumbrante y mágico, y una Roma de reencuentros y amoríos. Ahora ha cruzado el país-continente y se ha instalado en la Costa Oeste, en un San Francisco reconocible más en su piel urbana que en sus moradores desplazados de una sociedad europeizada y moderna. Por ella pululan los actores que esta vez ha elegido el genio de Manhattan: una gran Cate Blanchett que aspirará con seguridad a premios importantes, cuyo drama interior traspasa la epidermis del espectador como una tragedia tan merecida como triste; un aceptable Peter Sarsgard como la última oportunidad de Jasmine; un sorprendente aunque caricaturizado Bobby Cannavale como Chili, borracho, amante de las camisetas de tirantes y la cerveza como Brando en Un tranvía...; una convincente Sally Hawkins como Ginger, la anfitriona de la función, y un efectivo Alec Baldwyn al que empezamos y acabamos odiando por tantas y tantas cosas... Sobresale el trabajo del director de fotografía Javier Aguirresarobe, que repite trabajo con Woody Allen, logrando amarillos y ocres contrapuestos al luminoso azul de la bahía californiana de San Francisco.      




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