lunes, 28 de abril de 2014

Ocho apellidos vascos, de Emilio Martínez Lázaro

Reflexiones sobre el fenómeno del Cine español.         




Ha sido un acierto sentarse a ver la película más taquillera de la historia del Cine español dejando pasar unas semanas desde su estreno , y mucho más todavía escribir algo sobre ella habiendo comprobado cómo esta comedia tan poco transgresora y tan previsible se alza a las más altas cotas de audiencia que recordamos desde Avatar.  En seguida les explicaré por qué creo que no transgrede nada cinematograficamente hablando, y por qué es previsible hasta desembocar en un tercio final ciertamente desacertado. Pero lo primero es asimilar lo ocurrido con Ocho apellidos vascos en esta España de 2014, sacudida por la penuria económica, descreída de sus dirigentes y autoridades, y escéptica sobre el futuro hasta un límite que no se recordaba desde hacía décadas.
                Nadie daba por ella un euro, salvo lógicamente sus autores y productores (que no son necesariamente lo mismo). Así de claro. Aquel viernes de marzo, el gran estreno era Dallas Buyers Club que venía con la etiqueta del Oscar al mejor actor protagonista, y en aquellas fechas (¡un mes y medio tan sólo ha pasado!) los cuadernillos especiales de Cine dedicaban sus espacios estelares a  Hotel Budapest de Wes Anderson y Non-Stop de Jaume Collet-Serra (¿se sabe algo de ellas hoy?).  Las críticas fueron tirando a malas, salvo alguna excepción que demostró al final conocer mejor que los demás los gustos del público. Internet no jugó un especial papel en ninguna campaña multimillonaria para lanzarla a la cartelera. La prensa la relegó a espacios enunciados como “Otros Estrenos”. Las radios y las televisiones… ¡ay, radios y televisiones y su información sobre Cine! Todos esos medios de comunicación se rebelaron como inservibles para el exitazo que le esperaba inesperadamente a este film modesto, porque hay todavía un medio de comunicación más poderoso que esos: las conversaciones de la gente en la calle, en el supermercado, en el trabajo, al recoger los niños en el cole, al compartir cena de amigos el sábado por la noche. Ese ha sido el bastión de Ocho apellidos vascos, que encadenó un primer fin de semana magnífico en las taquillas con una semana posterior en la que todas esas conversaciones se sucedieron en España y tejieron una tupida red de voluntades y de información que fue mucho más lejos de lo que una pieza del más afamado crítico cinematográfico podrá llegar nunca. El boca-oído. La gente se fía más del gusto de las personas de su entorno que de los sesudos análisis escritos o telegrafiados.  Y entonces… se consagró el golpe magistral a las teorías destructivas del Cine español, las que defienden quienes sin ver más de dos películas al año atacan la producción entera con el argumento de que “son gente de izquierdas”, y las de los propios profesionales del Cine español que achacan a un gobierno y a la red Internet ser el origen de sus males. Tanto perjudican al Cine los unos como los otros, como queda demostrado con este milagro inesperado. ¿Era el IVA el culpable de que la gente no fuera al Cine? ¿Lo era el precio de la entrada? ¿Lo era la calidad de las películas? Como es ud. un lector o lectora inteligente, ya sabe contestar a esas preguntas.




                Y ahora vamos con lo previsible y lo mínimamente transgresor de la propuesta. Estamos ante una comedia, género en el que su director es especialista y ha tenido no pocos éxitos, desde Amo tu cama rica (1991) o  El otro lado de la cama (2002) (curiosamente para ser un especialista en comedias, su mejor título es un thriller, La voz de su amo). Es una historia sobre una pareja abocada al amor por mucho que su desarrollo indique lo contrario (¿les hago la lista de las comedias que se han hecho con ese mismo argumento?). Gira en torno a una boda, tipo Historias de Filadelfia pero en un pueblo costero del País Vasco. Se ampara en la confusión de identidades y en los equívocos (La Cava, McCarey, Lubitsch, Quine, Tashlin…). Y tiene un tercio final en el que se deja llevar hacia el previsible desenlace dejando su gamberrismo saludable de lado y convirtiéndose en una comedia romántica tipo Medianoche de Leisen, es decir, perdiendo su efectividad. A pesar de que sea poco sorprendente y de que estemos ante una comedia argumentalmente vista millones de veces, la película de Martínez Lázaro es valiente y atrevida, y muy muy necesaria. Los españoles tenemos que reírnos un poco de nosotros mismos y cuando alguien pone al lado a una jovencita vasca de estirpe nacionalista y a un andaluz de costumbres españolistas, exagera los tópicos regionales (tribales) para ponerlos en cuestión y agita el vaso mezclador, el resultado es una hora y media de entretenimiento y risa asegurada. 



Ocho apellidos vascos no trasciende géneros ni reglas. Trasciende los tabús de una sociedad enferma que necesita estos ejercicios de terapia colectiva. Con unos diálogos encajados milimétricamente al estilo y formas de vida de vascos y andaluces, con unos actores que se creen sus personajes (especial talento el de Karra Elejalde, pero muy aceptables también Dani Rovira y Clara Lago) y una función que supone una corriente de  aire fresco en el encastillado Cine español.

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viernes, 25 de abril de 2014

James M. Cain


            

Las historias escritas por este genio de la literatura norteamericana del siglo XX tienen siempre un sello inconfundible y unos tipos humanos coincidentes, cercanos a una concepción noir por sus actos y por sus circunstancias, son gentes normales abocadas al crimen por situaciones de fatalidad y marginación. Personaje difícil y taciturno,  James Mallahan Cain (Annapolis, Maryland, 1892- University Park, Maryland, 1977) dió lo mejor de sí mismo en los  años en que vivió y trabajó en California cerca del mundo que tanto odiaba, el de las películas y los grandes estudios, donde ganó mucho dinero con los derechos de sus novelas. Muchas de ellas, con fuerte componente sexual,  eran consideradas inadaptables en una industria que había aceptado unas rígidas normas morales: “Sólo Dios sabe qué retorcimientos de mi mente me llevan a tomar estas direcciones, pero, incluso cuando intento escribir un serial, antes de que esté terminado, adquiere un rumbo muy censurable, y si no lo hace, es flojo a mi entender”. Pero sus argumentos, temas y ambientes no cayeron en saco roto sino que influyeron notablemente en el nacimiento del género negro y en innumerables películas de la época. 




Además de ser autor de la base literaria de Perdición, El cartero siempre llama dos veces y Alma en suplicio, escribió la novela que está en el origen de Ligeramente escarlata (Slightly Scarlett, 1956) de Allan Dwan. Como guionista, y con pocas participaciones acreditadas, adaptó a W.R. Burnett en Dr. Sócrates (1935) de William Dieterle, coescribió con John Howard Lawson Argel (Algiers, 1938) de John Cromwell, y participó decisivamente en la escritura de El embrujo de Shanghai (Shanghai Gesture, 1941) de Joseph Von Sternberg. 

Uno de sus trabajos más importantes fue en la supervisión del guión de Retorno al pasado (Out of the Past, 1947) de Jacques Tourneur, según Javier Coma “puliendo la adaptación de la novela original (…) y dando un  brillo singular a los diálogos del film”. Cain casi nunca veía películas, repudiaba todo lo que rodeaba a la industria de un Hollywood del que huyó con la llegada de los inquisidores, y se refugió en Maryland hasta sus últimos días.

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martes, 8 de abril de 2014

Por el bien de los humanos...

Ultimátum a la Tierra
The Day The Earth Stood Still. Trailer original en inglés



            La producción del cine norteamericano en los años cincuenta fue prolífica en títulos de ciencia-ficción y anticipación. Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951) inauguró una relación de películas que se adentraron en la fantasía de otros mundos que nos visitan. Fue coetánea con otra gran obra del género: El enigma… de otro mundo (The Thing, 1951), de Christian Niby y Howard Hawks, en la que un ser de procedencia desconocida atenazaba a una comunidad de científicos en su base investigadora del Ártico. La división geopolítica en bloques que surgió después de la Segunda Guerra Mundial y los temores despertados por la Guerra Fría  con la Unión Soviética como enemigo, suscitaron un caldo de cultivo literario y fílmico que no tardó mucho en ofrecer sus primeros frutos. Del sentimiento anti-comunista se pasó al pánico. La sociedad estadounidense vivía atenazada por el miedo a que los conflictos bélicos no se produjeran ya en las lejanas selvas del Pacífico sino que tuvieran como escenario cualquier zona poblada de Kansas o de Tennesee. En La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1953) de Byron Haskin, basada en la novela de H.G. Wells, un meteorito cae en un a tranquila zona residencial de California y pronto comenzarán a aterrizar el resto de objetos espaciales con fines invasores. En It Came From Outer Space (1953) de Jack Arnold e inspirada en un texto de Ray Bradbury, una nave alienígena se deposita sobre el desierto de Arizona y sus tripulantes comienzan la invasión adoptando la identidad de los seres humanos a los que van “conquistando”. En La tierra contra los platillos volantes (Earth vs. The Flying Soucers, 1953) de Fred F. Sears, con el mago de los efectos especiales Ray Harryhausen al frente, los militares reciben con misiles a los recién llegados, que lucen una auténtica flotilla de naves circulares que van destrozando los símbolos del poder en la capital federal norteamericana. En Invasores de Marte (Invaders From Mars, 1955) de William Cameron Menzies, el enemigo prefiere invadir por medio de la alienación de las personas para una vez controlada la raza humana apoderarse del planeta: todos los alienados se comportan igual, se mueven igual, dicen las mismas cosas y         persiguen un mismo objetivo. De esta variante temática se ocupa también La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion on the Body Snatchers, 1956) de Don Siegel, que adapta un relato de Jack Finney y muestra una pequeña localidad (otra vez algo romperá la aparente calma de la soleada California) en la que muchos ciudadanos comienzan a comportarse de forma extraña y homogénea. La invasión extraterrestre y hostil se hace patente a través de unas vainas gigantes que sustituyen al organismo humano durante el sueño.





            Pero el género también abordó las consecuencias de la era atómica sobre las más variadas bestias. Surgen las mutaciones amenazantes en la pantalla: hormigas gigantes en La humanidad en peligro (Them!, 1954) de Gordon Douglas, arañas en Tarántula (Tarantula!, 1955) de Jack Arnold, cangrejos en El ataque de los cangrejos gigantes (Attack of the Crab Monsters, 1957) de Roger Corman, o monstruos resurgidos del pasado ancestral en El monstruo de tiempos remotos (The Beast From 20.000 Fathoms, 1953), de Eugene Lourie. Eso, cuando la víctima de las mutaciones no es el propio ser humano, como en El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957) de Jack Arnold o en El ataque de la mujer de 50 pies (Attack of the 50 Foot Woman, 1958) de Nathan Juran.  También Japón se lanza a producir película fantásticas basadas en temores cotidianos de su sociedad pos-Hiroshima: Godzilla (1954) de Hishiro Honda.



UN AVISO A LA HUMANIDAD
La primera conclusión que se extrae a la vista de este amplio abanico de la ciencia-ficción de los 50 es que  Ultimátum a la Tierra mostraba al invasor desde el punto de vista positivo, como visitante pacifista que lo único que quiere de nosotros los terrícolas es advertirnos del riesgo que comporta el camino emprendido por la Humanidad.  Parece que los extraterrestres fuéramos los propios humanos, víctimas de la paranoia de comprobar cómo más allá de nuestra narices hay un mundo inteligente y no ofensivo a pesar de todos nuestros temores. El punto de vista narrativo se sitúa en el invasor, Klaatu es protagonista para que el espectador sea consciente de lo absurdo de todos esos miedos hacia invisibles enemigos, que se ponga en el pellejo de los mandatarios internacionales a los que el personaje que interpreta Michael Rennie lanza su diatriba pacifista. Nuestro invitado inesperado encuentra como únicos aliados de su misión, a la postre salvar la Tierra, a una mujer, un niño… y a los científicos , los mismos a los que Christian Niby y su socio Howard Hawks habían colocado en situación de máximo riesgo ante un ser de otro planeta que irrumpe en la cotidianeidad de su trabajo.  Ellos son lo mejor de la especie humana y con ellos al frente, y no con los enloquecidos mandatarios políticos, no pesa amenaza alguna, viene a decir la película.


El relato titulado A Farewell to the Master apareció publicado en la revista Astounding Stories en el otoño de 1940. Había sido escrito por Harry Bates, un autor de ciencia-ficción que se hizo famoso como editor. La historia que concibió para los lectores daba mucha mayor presencia e importancia al personaje robótico, que urbana el nombre de Gnut. Aquí el punto de vista de la narración no está en los ojos de Klaatu, que muere al principio de la historia, sino en un periodista que asiste a los acontecimientos desde que se produce la llegada de la nave a Washington. Y la otra gran diferencia entre el original y el film reside en el espíritu que rodea a la Humanidad, que no es vista con pesimismo ni con necesidad crítica. Gracias a la perspicacia de Julian Blaustein, que propuso al magnate de la Fox Darryl F. Zanuck comprar por mil dólares los derechos de la pequeña novelita, se abordó el proyecto para llevar a la pantalla la aventura de Klaatu entre los terrícolas. Se encargó el guión a un escritor  experimentado en western y cine negro, Edward North, que incluyó en guión gran cantidad de cambios estructurales y narrativos. El título de la película cambió tres veces:   comenzó siendo idéntico al elegido por Bates, para luego denominarse Journey into the World y finalmente The Day the Earth Stood Still, como hoy se la conoce. La inversión de 100.000 dólares en los rudimentarios efectos visuales (el platillo volante, el traje de látex de Gort) fueron ampliamente recuperados en taquilla. Lock Martin, el portero del Teatro Chino del boulevard Grauman fue elegido para ponerse ese pesado disfraz del  robot que balbucea “Klaatu barada nikto!”, una frase en clave que ha pasado a la historia del género.


ROBERT WISE Y SUS ACTORES
            El director Robert Wise, nació en Winchester,  Indiana en 1914 y murió en Los Angeles en 2005. En su trayectoria siempre será recordado su trabajo para la unidad de producción dirigida por el gran Val Lewton en la R.K.O., que dio al género del terror fantástico algunas de sus mejores obras de siempre. Wise, montador profesional del estudio, había sustituido a Gunther Von Frisch al frente de La venganza de la mujer pantera (The Curse of the Cat People, 1944), secuela de La mujer pantera (Cat People, 1942) DE Jacques Tourneur, seguramente la obra maestra de ese ciclo inolvidable.  Había sido el responsable del montaje de  Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) de Orson Welles y su fama ha quedado acreditada gracias a éxitos absolutos de taquilla como Quiero vivir (I want to Live, 1958),  West Side Story (1962), y Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music, 1962). No obstante, su mayor influencia se mantiene por producciones mucho menos aparatosas, más modestas y recordadas por los cinéfilos como Sangre en la luna (Blood on the Moon, 1948), Nadie puede vencerme (The Set-Up, 1949) o Marcado por el odio (Somebody Up There Likes Me, 1956).

            Michael Rennie fue un actor británico educado en Cambridge y formado como soldado de la RAF en la Segunda Guerra Mundial. Intervino en grandes títulos del cine norteamericano: La rosa negra (The Black Rose, 1950) de Henry Hathaway, Operación Cicerón (Five Fingers, 1953) de Joseph Leo Mankiewicz, y Las ratas del desierto (The Deserts Rats, 1953) de Robert Wise entre otras. La heroína de Ultimátum… es una de las actrices más prestigiosas y serias del Hollywood, Patricia Neal. Nacida en Kentucky en 1926, fue contratada por  Warner   para los primeros títulos de su carrera como El Manantial (The Fountainhead, 1949) de King Vidor y El rey del tabaco (Bright Leaf, 1950) de Michael Curtiz. Trabajó con algunos de los mejores directores como Elia Kazan en Un rostro en la multitud (A Face in the Crowd, 57), Blake Edwards en Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s, 1961), Otto Preminger en Primera victoria (In Harm-s Way, 1965), y con Martin Ritt en el papel que le permitió ganar su único Oscar ®, Hud, el más valiente entre mil (Hud, 1963).   

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miércoles, 2 de abril de 2014

Radio y Cine


         El camino natural de entrada al mundo del cine durante décadas ha sido para los profesionales del Sèptimo Arte el teatro, las artes escénicas, su aprendizaje y su teoría. Pero un buen puñado de cineastas, entendido el término como todos aquellos que han hecho o hacen cine y no necesariamente de forma excluiva los directores, comenzaron o realizaron tareas durante alguna etapa de sus vidas en la Radio, el medio radiofónico en el que la palabra y la música son los vehículos de expresión. De entre los profesionales que recalaron alguna vez en la Radio, y salvando el caso tópico de Orson Welles, maestro del cine y maestro de la realización radiofónica, se han seleccionado los casos más o menos conocidos de estrellas y técnicos de la gran pantalla que destacaron en las ondas alguna vez.


         RICHARD BROOKS, realizador independiente americano, mostró muy pronto, a los 20 años, su pasión por la Radio. Se dedicó al periodismo deportivo y seguramente fue uno de los precursores de los narradores de eventos del deporte tal y como los conocemos hoy en día. Además de esas tareas de locutor, escribió editoriales y auténticos libretos radiofónicos, con lo que asentó un gusto extremadamente refinado por las adaptaciones literarias en las que luego serían sus películas.  Contratado en 1934 por el Phliadelphia Record en la sección de deportes, pasa a Nueva York para seguir su carrera radiofónica hasta que es llamado desde Hollywood para iniciar la que sería brillante filmografía, en la que no faltaron la referencia a su profesión periodística: "Deadline USA" ("El cuarto poder") ni la adaptación fiel al original de Truman Capote "In cold blood"  ("A sangre fría"). Todas sus películas le debieron siempre algo a su caracter de narrador.




         FRANK CAPRA, el inmigrante italiano que defendió con mayor estima el "american way of life" en la época roosveltiana del New Deal. Había nacido en Palermo en 1897, y a su llegada al Nuevo Mundo se dedicó a mil y un oficios, siempre acometidos con el ansia de aprendizaje que luego plasmaría en sus películas. En esa època trabajó en la radio, haciendo funciones desde chico para todo
hasta dialoguista en algunos seriales de éxito. En la contienda mundial de los años 40, Capra realizó con estilo periodístico y narración de corte radiofónico la serie de propaganda bélica
"Why we fight", que fue vista por decenas de miles de soldados americanos antes de partir hacia el frente. Célebre es la alocución del personaje central de "Caballero sin Espada" Jefferson Smith ante el Congreso de la Unión, con una puesta en escena característica de las intervenciones en radio de los políticos.




         Muchos cómicos de cine nacieron y se desarrollaron en la radio, y en muchos casos obtuvieron más éxito en este medio. ABBOTT Y COSTELLO, la pareja cómica más conocida de los años 30 y 40, son ejemplo de ello. William Abbott y Lou Costello tuvieron experimentada comicidad ante el micrófono, donde mostraron su habilidad para plantear situaciones absurdas y diálogos demenciales. La parodia fue su especialidad, y en la pantalla fueron muy famosos aunque su verdadero medio de expresión nunca fue abandonado del todo.



         LOS HERMANOS MARX no podían ser ajenos a la radio, una vez conseguido su éxito sobre los escenarios de hilarantes revistas y en películas iniciáticas como "Horse Feathers" ("Plumas de Caballo") o "The Cocoanuts" ("Los cuatro cocos"). Escribieron diálogos que fueron radiados desde el mítico Hotel Algonquin y vitoreados decadas después por el grupo de intelectuales cuyo núcleo formaron Dorothy Parker y el guionista George S. Kaufman, a los que se uniría ávido de diversión el imprevisible Harpo. En 1931 los Marx recibieron una oferta para un Radio-Show que no cristalizó, pero tres años después, los dos hermanos más caústicos y brillantes Groucho y Chico, fueron contratados para un programa de media hora, "Flywheel, Shyster and Flywheel", en el que daban voz a un insolente abogado y a su incompetente secretario. El espacio estuvo 26 semanas en antena, pero se disolvió como el azúcar cuando desapareció el sponsor, la potente Standard Oil de New Jersey. Aún así, los eléctricos diálogos del programa han sido editados en libros y cuentan por millones los ejemplares vendidos. 

               

Caso aparte es el del gran JACK LEMMON, experto cómico y actor dramático de potente registro, que estudió en Harvard y que aprendió en la radio la vivacidad de sus frases y sus diálogos, en tantas películas demostrados. Lemmon fue actor de comedia en la radio americana de los años 40.

         JERRY LEWIS, natural de Newark, New Jersey, es uno de los artistas mejor dotados para la comedia que ha dado el siglo. Un malentendido le puso en unas pruebas, encima del escenario, junto
a un joven bien parecido, más alto y más guapo que él, con quien llegó a conectar de tal forma que formarían pareja durante dos décadas en el cine y en la radio. En el teatro, en la gran pantalla, en el music-hall, y en programas radiofónicos ácidos y musicales, Jerry Lewis y Dean Martin llegaron a convertirse en la pareja cómica más popular de su época.

         También en Europa los cómicos del cine tuvieron sus flirteos con la radio. NINO MANFREDI, el inolvidable verdugo de Berlanga, se confirmó en el medio como actor de comedia. Y el francés BOURVIL, André Raimbourg, auténtico artista total, demostró ser  hombre de radio con sus trabajos en Radio París, donde se convirtió en el campesino de pueblo, el tonto que no ocultaba sus orígenes rurales (había nacido en la villa de Bourville, de la que tomó prestado el nombre).

         BLAKE EDWARDS nació como guionista en la radio americana, en las pequeñas emisoras del estado de Oklahoma, en cuya capital Tulsa había nacido. Muchas ideas de guión de sus películas tienen base en situaciones de seriales radiofónicos, incluso las más visuales, con un conocimiento del espacio que aprendió sin poderlo "enseñar" en sus trabajos para la radio.

         Entre los músicos de relieve y talla internacional que trabajaron para la radio, JERRY GOLDSMITH es el más destacado. En los años 70 escribió las partituras de centenares de programas, buceando en fuentes y referencias provenientes del folk y la música clásica. Su obra para el cine va desde las bandas sonoras de "Alien" y "Chinatown", hasta los westerns "Río Lobo" y "La balada de Cable Hogue".

         ROBERT ALTMAN es un hombre de mundo, como sigue demostrando película tras película. Combatió en la Segunda Guerra Mundial en la US Air Force, pilotando bombarderos, y del frenesí
del combate pasó a la batalla de las ondas herzianas, donde escribió guiones y programas enteros. En Nueva York pasó sus años de juventud, llevando una vida bohemia en la que incluso se vio obligado a trabajar haciendo tatuajes.

         MARY ASTOR, por el contrario, fue una aristócrata en todo aquello que hizo en su carrera. Lucille Vasconcellos Langhanke, rocambolesco nombre que tuvo logicamente que modificar, ganó un concurso de belleza que le permitió acceder a la pantalla, aunque para entonces ya había obtenido una sobrada experiencia como locutora en la radio, donde aprendió la soberbia dicción que exhibió en sus diálogos con Sam Spade-Humphrey Bogart. Por el papel de Brigid O´Shaughnessy ganó el Oscar.



         El caso de GLORIA SWANSON no tiene parangón en la Historia del Cine, en lo que a su relación con la radio respecta. Fue una gran, garandísimia estrella en el mudo, llegó a lo más alto con su "Reina Kelly"  y al llegar el sonoro, su fulgor desapareció. En 1934, como tantos otros grandes actores de la época silente, dejó el cine y dedicó todos sus esfuerzos a los negocios... y a comenzar una increíble carrera en la radio antes de enfrentar su verdadero crepúsculo al atravesar, de la mano del cínico Billy Wilder, Sunset Boulevard.  Fue la caída de una diosa que supo encontrar en el micrófono, donde nadie podía ver su decadencia, la erótica del estrellato que nunca quiso abandonar.




         Grande entre los grandes, LIONEL BARRYMORE fue locutor, músico, escritor y pintor, amén de otros muchos campos de la creación que pudo experimentar. En la radio formó los cimientos de la vocalización del idioma inglés en su perfección, tan cara a los americanos. También su hermano John fue un gran orador y experto en recitar textos.

         En Europa, dos casos singulares: ETTORE SCOLA, letrado formado profesionalmente en Treviso, periodista de humor que siempre supo, en su vida y en su cine, mirar de forma crítica a la sociedad italiana. Trabajó en la radio en los años 50. Y
FRANCO ZEFFIRELLI, actor de radio gracias a cuya práctica pudo pagarse los estudios de arquitectura en Florencia.

 Muchos son los artistas del medio cinematográfico que hunden sus raices profesionales en la radio. Desde directores hasta guionistas, actores y actrices, músicos y productores, he aquí una reseña de los más destacados. La producción radiofónica de Orson Welles "La Guerra de los Mundos" conmovió a los oyentes norteamericanos en los albores de la década de los 40. El genio de Welles estaba secundado en el talento de un grupo de profesionales de la radiodifusión, el más importante de los cuales fue PAUL STEWART, afamado locutor de la radio neoyorkina que se asoció con Welles para la puesta en marcha del proyecto basado en la obra de H.G. Wells. Stewart usufructuó más tarde los éxitos cinematográficos del genio, apareciendo como secundario en "Ciudadano Kane", aunque su actividad en la radio no desapareció: al contrario, puso en marcha la emisión en el frente de los programas "News from home", para la Office of War Information, que eran emitidos para los soldados americanos durante la Segunda Guerra Mundial. Junto a él, y con mayor reconocimiento mundial como consecuencia de su trabajo en el cine, el músico BERNARD HERRMAN participó en la elaboración del mítico programa, escribiendo la partitura. HOWARD KOCH, guionista de grandes recursos muy utilizado en el Hollywood de la época dorada,  escribió el guión de "War if the Worlds". ED BEGLEY;  WILLIAM BENDIX, el marino herido en "Naufragos" de Hitchcock;  JACK BENNY, muy popular en la radio americana en los años 30, famoso en el cine por su papel en "To be or not to be" de Lubistch en la que "le hacía a Shakespeare los que los alemanes le hicieron a Polonia";  ANN BLYTH;  EDDIE CANTOR,  actor cómico que se adaptó mejor a la radio que al cine;  el "malo" TED DE CORSIA, secundario en tantas películas B;  LEO GENN, locutor de la BBC al que se conocía como "el hombre

con la voz de terciopelo negro"; ANNE FRANCIS, que fue a la radio lo que Shirley Temple o Elizabeth Taylor al cine, una estrella precoz;  JOHN FRANKENHEIMER, director de cine que se formó en la cadena radiofónica de la CBS; MEL FERRER, disk-jockey y  productor de shows en la NBC; o JOSE LUIS GARCI, el cineasta español que más ha amado la radio, a la que en todas sus películas hace guiños y en la que trabajó en varias etapas,  son otros ejemplos del binomio casi desconocido de radio y cine.



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