viernes, 25 de abril de 2014

James M. Cain


            

Las historias escritas por este genio de la literatura norteamericana del siglo XX tienen siempre un sello inconfundible y unos tipos humanos coincidentes, cercanos a una concepción noir por sus actos y por sus circunstancias, son gentes normales abocadas al crimen por situaciones de fatalidad y marginación. Personaje difícil y taciturno,  James Mallahan Cain (Annapolis, Maryland, 1892- University Park, Maryland, 1977) dió lo mejor de sí mismo en los  años en que vivió y trabajó en California cerca del mundo que tanto odiaba, el de las películas y los grandes estudios, donde ganó mucho dinero con los derechos de sus novelas. Muchas de ellas, con fuerte componente sexual,  eran consideradas inadaptables en una industria que había aceptado unas rígidas normas morales: “Sólo Dios sabe qué retorcimientos de mi mente me llevan a tomar estas direcciones, pero, incluso cuando intento escribir un serial, antes de que esté terminado, adquiere un rumbo muy censurable, y si no lo hace, es flojo a mi entender”. Pero sus argumentos, temas y ambientes no cayeron en saco roto sino que influyeron notablemente en el nacimiento del género negro y en innumerables películas de la época. 




Además de ser autor de la base literaria de Perdición, El cartero siempre llama dos veces y Alma en suplicio, escribió la novela que está en el origen de Ligeramente escarlata (Slightly Scarlett, 1956) de Allan Dwan. Como guionista, y con pocas participaciones acreditadas, adaptó a W.R. Burnett en Dr. Sócrates (1935) de William Dieterle, coescribió con John Howard Lawson Argel (Algiers, 1938) de John Cromwell, y participó decisivamente en la escritura de El embrujo de Shanghai (Shanghai Gesture, 1941) de Joseph Von Sternberg. 

Uno de sus trabajos más importantes fue en la supervisión del guión de Retorno al pasado (Out of the Past, 1947) de Jacques Tourneur, según Javier Coma “puliendo la adaptación de la novela original (…) y dando un  brillo singular a los diálogos del film”. Cain casi nunca veía películas, repudiaba todo lo que rodeaba a la industria de un Hollywood del que huyó con la llegada de los inquisidores, y se refugió en Maryland hasta sus últimos días.

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