miércoles, 9 de octubre de 2013

La película del año

Gravity, de Alfonso Cuarón (3/5)
Esta fascinante película que nos llega en momentos de mutación, transformación, reconversión, ha aterrizado (y pocas veces mejor empleada la palabra) precedida de la mayor unanimidad crítica que recuerdo en la gran pantalla. Costaba acercarse al cine sin sentirse mediatizado por los artículos y comentarios que se han escrito y formulado en TODOS los foros, como si repentinamente una nueva Intolerancia (Giffith) o un nuevo Ciudadano Kane (Welles) redivivos hubieran sorprendido a quienes hablan y escriben sobre las películas que se estrenan. No pude evitar entrar en la sala condicionado por los elogios que Gravity ha obtenido en los Festivales de Toronto, Venecia y San Sebastián, donde se ha hablado de “experiencia irrepetible”, “un antes y después del Cine”, “una reinvención del lenguaje en una pantalla” y “revolución sensorial”. Es difícil no prejuzgar lo que uno va a ver con semejante grado de pleitesía sobre una obra que ciertamente renueva el  lenguaje cinematográfico, y que por vez primera en la Historia sitúa un larguísimo plano de casi media hora de duración (o eso me ha parecido la densidad de su arranque) nada menos que en espacio post- atmosférico. Un virtuosismo, pero, ¿sólo eso?.
Lo primero que cabría discernir es ante qué género cinematográfico estamos: un mestizaje de ciencia ficción a la antigua (los avances en la conquista del espacio que vemos no son un sueño sino que ya están ahí gracias a los avances de la Ciencia, a cientos de kilómetros de la Tierra), la aventura clásica con el incierto destino de los protagonistas y el terror (los abismos del universo). La mención obligada ante la visión de Gravity es la (hoy empequeñecida) 2001, una Odisea del espacio de Stanley Kubrick, respecto a la cual tenemos menos metáforas visuales, menos simbolismo y más “realismo fantástico”, como se puede denominar al ejercicio metafísico que propone el ya aclamado director Alfonso Cuarón. Realismo fantástico, porque se convierte en ficción algo real, al contrario que la Sci-Fi clásica que convertía en (supuestamente) real una ficción y lo llevaba a los terrenos de un futuro improbable que raras veces (salvo en los visionarios artefactos y viajes de Julio Verne) se ha cumplido. Los astronautas de Gravity se mueven en su rutina espacial, reparan plataformas averiadas como el mecánico que cambia la rueda de un coche, y discurren entre elementos que el Hombre ya ha creado, como las estaciones espaciales, el Hubble o los transbordadores. Nada de ficción hay en todo ello pues desde Houston, Baikonur o Cabo Cañaveral se contacta diariamente con ellos desde hace un par de décadas. Casi nadie repara en ello, pero el causante del cataclismo espacial es el Hombre: un misil  ha alcanzado varios satélites e instalaciones allí arriba y  la consiguiente basura espacial viaja meteoricamente contra los astronautas que reparan el telescopio gigante a seiscientos kilómetros de distancia, el comandante Kowalsky y la doctora Ryan Stone, van a recibir una lluvia de meteoros que destrozará su entorno vital y su hilo conductor con la vida. Los paseos de la cámara entre los científicos, relatando su plácida misión primero y su infierno (en el espacio) después, cuando quedan como verdaderos náufragos perdidos en la inmensidad de un agujero negro llamado Universo, otorgan al espectador un punto de vista subjetivo del que difícilmente se sale ni siquiera cuando ha terminado la proyección: tal es el efecto cautivador de su planificación y de su ejecución medida y perfecta, sin música de Strauss pero con más fuerza expresiva si cabe que en la visionaria y adelantada a su tiempo película de Kubrick.
Gravity tiene una óptica metafórica tematicamente: la existencia de la especie humana no puede empeñarse en la conquista del espacio como nuestro nuevo hogar, porque allí los peligros se multiplican en la Nada, el miedo al vacío se acrecienta, se descubre  la ausencia de socorro y auxilio cuando más se necesita, se palpa con terror la inmensidad del espacio y la pequeñez del ser humano en la inabordable Creación. Y es también metafórica visualmente: el espacio es el desierto que hemos visto tantas veces en el Cine, y las estaciones espaciales ISS, MIR  y Tiangong  son los oasis donde los personajes se aferrarán a la vida con cada vez menos posibilidades de sobrevivir. Y sentimos algo parecido a la sed que se siente cuando alguien queda perdido en el desierto: sentimos algo aferrándose a nuestra garganta sin dejarnos respirar, metidos en esa escafandra que Sandra Bullock lleva con penitencia… ¿Quién le mandaría dejar su consulta médica y marcharse al espacio a apretar tornillos a más de cien grados bajo cero de temperatura? Con esta maravillosa actriz renacida descubrimos el amor a la Tierra, este planeta nuestro tan maltratado al que agredimos diariamente (la mano de Bullock aferrándose a un puñado de arena podría ser la nuestra). La doctora Ryan toma magistralmente el testigo de Bowman, de Ripley, de Lovell, colonos todos ellos en un continente tan desconocido como hostil para nosotros.
Cuarón había demostrado hasta ahora una enorme capacidad para conmover.  Los hijos de los hombres y Harry Potter y el Prisionero de Azkabán lo demuestran. Y tu mamá también y Grandes Esperanzas le situaban en otro registro muy distinto pero necesario para probarse a sí mismo y demostrar que es capaz de articular personajes y dramas de calado. Ha escrito el guión con su hijo Jonás, autor de un relato titulado Defensa, ha peleado durante cinco años por levantar esta nueva catedral cinematográfica y ha mostrado su olfato con el gran acierto del exiguo reparto: su apuesta personal  por Bullock , tras intentar infructuosamente implicar a Angelina Jolie y a Natalie Portman, le honrará hasta el fin de los tiempos como artífice de un redescubrimiento a la altura de la actriz que lo protagoniza. Noto en cambio algo mal perfilado el personaje del comandante Matt Kowalsky, con un George Clooney efectivo pero deudor de unas motivaciones personales que no se aciertan a comprender. Ahí es donde para mí, el guión (repito, el guión) de esta subyugante película tiene una vía de agua que la dejan fuera del universo de las más grandes.
Emanuel Lubezki, artífice de la fotografía, demuestra ser el especialista en tomas largas que siempre ha sido. Todo es digital en las escenas a espacio abierto salvo los rostros de los dos actores (que se ven a través de las escafandras de sus trajes espaciales). Las escenas de Bullock dentro de las estaciones espaciales son mas "cinematográficas" en el sentido clásico, con la actriz actuando con todo su cuerpo y sostenida en la ingravidez por robots. Si esta producción arrasa en la noche de los Oscar del año que viene, uno será seguro para su sonido: el silencio es más impresionante en ella que el estruendo y eso es muy difícil de conseguir. Las tecnologías  3D y el formato Imax son empleadas con mucha más lógica dramática y visual que en el ya amortizado Avatar de James Cameron.
Para Variety ésta es una  "superproducción minimalista". Buena definición esquemática. Los seguidores de Twitter me están preguntando por qué sólo le he otorgado una calificación de 3/5. La respuesta está en el contexto de la propia Historia de este invento  y de la cámara y la pantalla, y en  mis microcrónicas en Twitter en las que muy pocas películas han alcanzado 4 o 5 (Qué verde era mi valle, Veracruz, El hombre tranquilo, y alguna más en un año y 8 meses que lleva uno difundiendo opiniones por este nuevo mercadillo a 140 caracteres. Pienso que para ser la definitiva y perfecta obra que nos tratan de hacer ver, necesitaría profundizar algo más en la tragedia emocional del personaje. Salvo eso, coincido en valorarla como la más importante del año, y seguramente de muchos años tanto pretéritos como venideros.

Copyright © Víctor Arribas



No hay comentarios:

Publicar un comentario