Ha sido
un acierto sentarse a ver la película más taquillera de la historia del Cine
español dejando pasar unas semanas desde su estreno , y mucho más todavía escribir
algo sobre ella habiendo comprobado cómo esta comedia tan poco transgresora y
tan previsible se alza a las más altas cotas de audiencia que recordamos desde Avatar.
En seguida les explicaré por qué creo que no transgrede nada
cinematograficamente hablando, y por qué es previsible hasta desembocar en un
tercio final ciertamente desacertado. Pero lo primero es asimilar lo ocurrido
con Ocho apellidos vascos en esta
España de 2014, sacudida por la penuria económica, descreída de sus dirigentes
y autoridades, y escéptica sobre el futuro hasta un límite que no se recordaba
desde hacía décadas.
Nadie
daba por ella un euro, salvo lógicamente sus autores y productores (que no son necesariamente
lo mismo). Así de claro. Aquel viernes de marzo, el gran estreno era Dallas Buyers Club que venía con la
etiqueta del Oscar al mejor actor protagonista, y en aquellas fechas (¡un mes y
medio tan sólo ha pasado!) los cuadernillos especiales de Cine dedicaban sus espacios
estelares a Hotel Budapest de Wes Anderson y Non-Stop de Jaume Collet-Serra (¿se sabe algo de ellas hoy?). Las críticas fueron tirando a malas, salvo alguna
excepción que demostró al final conocer mejor que los demás los gustos del
público. Internet no jugó un especial papel en ninguna campaña multimillonaria
para lanzarla a la cartelera. La prensa la relegó a espacios enunciados como “Otros
Estrenos”. Las radios y las televisiones… ¡ay, radios y televisiones y su
información sobre Cine! Todos esos medios de comunicación se rebelaron como
inservibles para el exitazo que le esperaba inesperadamente a este film
modesto, porque hay todavía un medio de comunicación más poderoso que esos: las
conversaciones de la gente en la calle, en el supermercado, en el trabajo, al
recoger los niños en el cole, al compartir cena de amigos el sábado por la
noche. Ese ha sido el bastión de Ocho
apellidos vascos, que encadenó un primer fin de semana magnífico en las
taquillas con una semana posterior en la que todas esas conversaciones se
sucedieron en España y tejieron una tupida red de voluntades y de información
que fue mucho más lejos de lo que una pieza del más afamado crítico
cinematográfico podrá llegar nunca. El boca-oído. La gente se fía más del gusto
de las personas de su entorno que de los sesudos análisis escritos o
telegrafiados. Y entonces… se consagró
el golpe magistral a las teorías destructivas del Cine español, las que
defienden quienes sin ver más de dos películas al año atacan la producción entera
con el argumento de que “son gente de izquierdas”, y las de los propios
profesionales del Cine español que achacan a un gobierno y a la red Internet ser
el origen de sus males. Tanto perjudican al Cine los unos como los otros, como
queda demostrado con este milagro inesperado. ¿Era el IVA el culpable de que la
gente no fuera al Cine? ¿Lo era el precio de la entrada? ¿Lo era la calidad de
las películas? Como es ud. un lector o lectora inteligente, ya sabe contestar a
esas preguntas.
Y ahora
vamos con lo previsible y lo mínimamente transgresor de la propuesta. Estamos
ante una comedia, género en el que su director es especialista y ha tenido no
pocos éxitos, desde Amo tu cama rica
(1991) o El otro lado de la cama (2002) (curiosamente para ser un
especialista en comedias, su mejor título es un thriller, La voz de su amo). Es una historia sobre una pareja abocada al amor
por mucho que su desarrollo indique lo contrario (¿les hago la lista de las
comedias que se han hecho con ese mismo argumento?). Gira en torno a una boda,
tipo Historias de Filadelfia pero en
un pueblo costero del País Vasco. Se ampara en la confusión de identidades y en
los equívocos (La Cava, McCarey, Lubitsch, Quine, Tashlin…). Y tiene un tercio
final en el que se deja llevar hacia el previsible desenlace dejando su
gamberrismo saludable de lado y convirtiéndose en una comedia romántica tipo Medianoche de Leisen, es decir,
perdiendo su efectividad. A pesar de que sea poco sorprendente y de que estemos
ante una comedia argumentalmente vista millones de veces, la película de
Martínez Lázaro es valiente y atrevida, y muy muy necesaria. Los españoles
tenemos que reírnos un poco de nosotros mismos y cuando alguien pone al lado a
una jovencita vasca de estirpe nacionalista y a un andaluz de costumbres
españolistas, exagera los tópicos regionales (tribales) para ponerlos en
cuestión y agita el vaso mezclador, el resultado es una hora y media de
entretenimiento y risa asegurada.
Ocho apellidos vascos no trasciende géneros
ni reglas. Trasciende los tabús de una sociedad enferma que necesita estos ejercicios
de terapia colectiva. Con unos diálogos encajados milimétricamente al estilo y
formas de vida de vascos y andaluces, con unos actores que se creen sus
personajes (especial talento el de Karra Elejalde, pero muy aceptables también
Dani Rovira y Clara Lago) y una función que supone una corriente de aire fresco en el encastillado Cine español.
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Me llevo este análisis a este grupo de cine en facebook al cual os invito.
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